martes, 23 de febrero de 2010

Mensaje del Director

[Comparto aquí el texto que acaba de dictarme el Espíritu Santo en Starbucks, para ser incluido en la sección "Mensaje del Director" del boletín mensual del Colegio donde trabajo.]

Recientemente han llegado a mi cuenta de correo electrónico numerosos mensajes reenviados (los famosos “forwards”) que hablan de los problemas y cambios que ha sufrido la educación en las últimas décadas. Algunos están escritos en tono solemne y vienen respaldados por la opinión de “expertos”, mientras otros —la mayoría— se presentan en un tono humorístico que casi seguro nos arranca una sonrisa, si no es que incluso una carcajada.

Más allá de si estamos de acuerdo o no con el mensaje que hay en el fondo de esos mensajes, la realidad es que muchas cosas han cambiado en las escuelas y en las familias en los años recientes. Muchos son los factores que influyen en estos cambios, algunos para bien y otros no tanto. Algunos critican con frecuencia, por ejemplo, que en la actualidad se dan demasiadas libertades a los niños y adolescentes. Otros advierten que se les consiente demasiado, que se les “apapacha” exageradamente.

¿Son malas la libertad y las demostraciones de afecto? ¡Por supuesto que no! Quizá el problema está en la falta de equilibrio. El error que se comete con frecuencia es confundir libertad con libertinaje y afecto con permisividad. Se nos olvida a veces que la libertad tiene otra cara: responsabilidad. Pasamos por alto en ocasiones que el afecto no está peleado con los límites ni con la firmeza.

Lo mismo sucede con tantos otros problemas de la educación en nuestros días. Por ejemplo, cuando decimos que la educación debe ser atractiva e incluso divertida, muchos creen que eso significa evitar cualquier esfuerzo. ¡Nada más lejos de la realidad! Si lo pensamos detenidamente, veremos que muchas de las cosas que nos parecen entretenidas encierran también un reto que obliga a esforzarnos.

Lamentablemente, no es fácil defender estas ideas en un mundo que se empeña en hacernos creer que el esfuerzo es negativo y que debemos hacer cualquier cosa por evitarlo. Por ello, conviene que al interior de nuestras familias reflexionemos sobre la importancia y utilidad que pueden tener en nuestras vidas valores como la responsabilidad y el esfuerzo.