viernes, 20 de diciembre de 2013

Adiós a una prueba que nunca debió existir

Nunca cuestionaría yo los motivos que oficialmente dieron origen a la Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares, popularmente conocida como ENLACE. Desde que apareció, en 2006, no tuve claro qué se habían tomado más en serio: si el diseño mismo de la prueba o la necesidad de lograr un acrónimo tan redondo para nombrarla.

Insisto: los motivos no eran solo legítimos, sino urgentes. El principal: elevar los niveles de logro en el aprendizaje de los estudiantes. El problema no fue solo que la prueba nació deforme y mal planteada, sino que jamás se implementaron verdaderas estrategias en las bases y estructuras del sistema educativo para que la prueba tuviera algún sentido.

Cierto que los instrumentos de ENLACE tuvieron mejorías con el paso de los años, pero nunca dejó de ser una prueba que medía conocimientos, la mayoría de ellos en el marco de una tradición de aprendizajes que en gran parte del mundo ha sido ampliamente superada. ENLACE pretendía contribuir a mejorar los resultados de nuestros adolescentes en la conocida prueba PISA de la OCDE, sin embargo esta última mide algo totalmente distinto: competencias lingüísticas, matemáticas y científicas que van mucho más allá de unos cuantos saberes técnicos o mecánicos. ¿Qué mejor evidencia del fracaso de ENLACE en este objetivo, que el más reciente informe PISA, donde México hace gala de un profundo estancamiento a lo largo de más de una década?

Durante 8 años he debatido con amigos sobre la excesiva importancia que a mi juicio la gente otorga a los resultados de ENLACE. He discutido con colegas que presumen que sus niños, sus grupos o sus escuelas están entre los mejor ubicados en una lista o ranking que oficialmente ya no existe y que aunque se construya con los datos de la propia SEP, nunca serán suficientemente legítimos ni comparables.

Durante mucho tiempo —y especialmente en los últimos 5 años— he intentado explicar a padres de familia de mis alumnos por qué nuestro Colegio no estuvo ni pretendió estar nunca en los mejores puntajes de la ahora extinta prueba. A mi juicio, dedicar energía a lograr escalar en una medición tan mal planteada, no es sino pérdida de tiempo y recursos. Los aceptables resultados promedio de los alumnos del Colegio que dirijo, no me han avergonzado jamás; por el contrario, celebro que lo que han logrado es producto natural de trabajar en otra dirección: el pensamiento complejo, el razonamiento verbal, matemático, científico y filosófico que en el futuro les permitirá tomar decisiones autónomas y enfrentar los retos del mundo con suficientes herramientas.

La buena noticia es que ENLACE desaparece para 2014. Lástima por los millones de pesos tirados a la basura y, sobre todo, por las largas horas que millones de niños en el país dedicaron entrenándose para una prueba con la que sus maestros y escuelas se jugaban recursos públicos o con la que los directivos de colegios privados armaban lamentables estrategias de mercadotecnia.

La mala noticia, es que nada nos garantiza que la prueba que venga a sustituir a ENLACE corregirá ese rumbo. Por supuesto, deseo firmemente que así sea. Soy escéptico por motivos políticos y pedagógicos. Entre los primeros, porque no he visto en ninguna de las iniciativas de la Reforma Educativa una auténtica convicción de querer mejorar la educación; por el contrario, encuentro en la política educativa de este sexenio una obsesión por la dimensión sindical y laboral, que no pasa realmente por la manera en que se enseña y se aprende en este país.

En cuanto a mis motivos pedagógicos, el central es mi firme creencia en la incompatibilidad profunda entre la educación auténtica y la evaluación estandarizada. Me queda claro que esta última es necesaria en el mundo que tenemos. Y, precisamente por eso, creo que no encaja con una educación que debería estar orientada a transformar ese mundo de raíz.

Por el momento, me queda esperar y en su momento decidir cómo trabajaremos con lo que nos pongan enfrente.

martes, 3 de diciembre de 2013

Un nuevo acto en nuestra tragedia educativa

La tragedia educativa de México regresa a los titulares como cada 3 años, a propósito de la publicación de los resultados de PISA. Como cada 3 años, asistimos a un nuevo acto en el que muchos se lamentan por los paupérrimos indicadores que otros celebran como parte del consistente avance de nuestros sistema educativo. Y, como cada 3 años, lejos de entrar al análisis profundo de las causas de nuestro rezago, medios y ciudadanos se concentran en buscar culpables y pasar facturas. Para colmo de males, el calendario de la OCDE para la aplicación de su prueba estrella en materia educativa, coincide con nuestro calendario de elecciones federales, facilitando que unos y otros se señalen y pocos se pongan a trabajar.

Revisando hace unos minutos las metas que el gobierno mexicano se había puesto para la aplicación de PISA 2012, encuentro que los malos resultados están (casi) a la altura de lo planeado. Claro: las metas formuladas eran congruentes con la estadística previa, a tal grado que uno esperaría se alcanzaran casi por inercia. Y ni así. En lectura descendimos un punto y nos colocamos 11 atrás de la mediocre meta de 435 que nos habíamos propuesto. Pese a la manera en que algunos han interpretado los números, en Matemáticas retrocedimos 6 puntos y nos quedamos 22 por debajo de la misma meta. (Ocurre que 2003 fue la última vez que la PISA había puesto énfasis en Matemáticas, por eso hoy muchos dicen que "aumentamos de 385 a 435").

Fuente: http://www.pisa.sep.gob.mx/pisa_en_mexico.html Consultado el 3/12/2013

Siguiendo la tradición de cada 3 años, es momento de preguntarnos —otra vez— sobre las causas y las políticas que podrían hacer que nuestros niveles mejoren.

Al margen de las imperfecciones y algunos aspectos discutibles de PISA, el estancamiento del país en esta prueba demuestra que ENLACE ha sido una prueba inútil hasta ahora. Por más mejoras que se han hecho a la prueba ENLACE, sigue siendo un examen muy limitado cuya lógica de operación favorece la simulación, insertando a las escuelas en una lógica de competitividad mal entendida, en la que los resultados numéricos son más importantes que los aprendizajes reales. Como Director de una escuela, cada año cuando se publican los resultados de ENLACE, recibo muchos comentarios de padres de familia con inquietudes sobre nuestros "resultados". Los entiendo: los medios locales adoran elaborar listas para decir quiénes son los mejores y quiénes los patitas feos. Pocos se involucran con el contenido de la prueba y con los aspectos que auténticamente mide o con las prácticas de simulación que esta prueba premia. ¿Significa esto que ENLACE no sirve para nada? ¡No! Significa que nos sirve para lo que nos han dicho y no mide lo que nos dicen que mide.

Lo más dramático, es que la coyuntura que atraviesa México es ideal para negarnos a cualquier posibilidad de análisis profundo del problema, y celebrar que la reciente "reforma educativa" —a la que no me cansaré de entrecomillar— vendrá a resolver las cosas. Basta escuchar la propaganda con la que alegremente nos bombardea el gobierno federal, para convencerse de las bondades de la "reforma", a grado tal que oponerse a ella es casi sinónimo de ser un enemigo de la educación.

Para muestra este botón, en el que una madre de familia presenta un silogismo formidable:
"Si la reforma educativa nos dará como beneficio el tener mejores maestros, mejores instalaciones, condiciones de educación (sic), maestros contentos, maestros dedicados, estoy con la reforma." 


Y es que, bajo esos supuestos, ¿quién no estaría con la reforma? El problema es que ese condicional ("Si la reforma educativa nos dará..."), es tan poderoso como cualquier otro ("Si mi abuelita tuviera ruedas..."). La cuestión es: ¿realmente la "reforma" establece términos y condiciones que garanticen todos esos resultados? Yo me la he leído al derecho y al revés y sigo sin encontrar cómo.

Creo que nadie en su sano juicio podría declararse en contra de la calidad en educación. Sin embargo, cada vez que escucho en el radio a este maestro de historia, me empieza un dolor en el alma y termino con un dolor de cabeza, preámbulo del enojo. 


Me enfurece pensar que tantos estén convencidos del poder mágico de una "reforma educativa" que difícilmente responderá a los retos urgentes de nuestros niños y adolescentes. Me enfurece porque yo, como este maestro, también quiero un cambio, tengo un firme compromiso con México y quiero que el día de mañana mis hijos tengan una educación de calidad. Me pregunto, ¿este maestro conoce a cabalidad el contenido de la "reforma"? ¿Se da cuenta que se trata de una "reforma" edulcorada, que responde solo en apariencia a las grandes demandas de nuestra sociedad pues carece de las estructuras necesarias para dar resultados? 

Lo he dicho una y mil veces: no me opongo a la "reforma". Simplemente lamento que no contemos con la reforma que necesitamos y me enoja que nos hagan creer que hemos encontrado el camino, cuando ni siquiera tenemos claro el destino del viaje.

En estos días estará de moda —otra vez— hablar de educación. Los resultados generales de PISA nos convertirán a todos en expertos en la materia por un rato. Pocos irán a revisar completo el Informe PISA 2012 —son 4 volúmenes, de los cuales ya descargué 3 que suman 1,400 páginas. Pero bastaría con una lectura crítica del documento de revisión general, acompañado del informe Education at a Glance 2013 (otros 400 folios) de la propia OCDE, para comprender la complejidad de la criatura con la que estamos lidiando y la urgencia de ponernos todos manos a la obra, porque en esto nos jugamos el presente y el futuro del país.

Me dirán algunos que critique menos y proponga más. Y les respondo que eso hago todos los días en mi trinchera. Una trinchera que quisiera a veces ampliar y es quizá por eso que me invade este impulso desesperado por compartir estos razonamientos en estos medios que pueden llegar más allá de mi escuela. Comparto mi crítica porque pienso que solo es posible dar el siguiente paso asumiendo primero una actitud así, dispuesta a desmontar el discurso fácil que —algunos de mala fe y otros con una dolorosa ingenuidad— nos intentan vender a diario.