Tras el cénit de la contingencia sanitaria en la Ciudad de México, las cosas van volviendo a la normalidad, y el pospuesto debate sobre qué hacer con los días perdidos de clases empieza a elevar su temperatura. Más allá de la presente coyuntura, me parece un momento interesante para replantearnos una vez más el sentido y la pertinencia de nuestro calendario de los 200 días de clases.
Muchos hemos argumentado que más allá de reponer los 9 días hábiles de encierro, sería necesario optimizar esos entre 10 y 15 días hábiles que cada año se convierten en una simulación en todos los centros escolares del país. Algunos de quienes defendemos esta postura no lo hacemos por comodinos, sino porque simplemente no entendemos la necesidad de extender una farsa sólo para quedar bien con una parte de la opinión pública.
Muchos dicen —y dicen con razón— que estos momentos son para demostrar que creemos en la educación y apostemos a ella. Y estoy de acuerdo. Simplemente no entiendo que aportan 5, 1o ó 100 días a la calidad educativa, cuando el problema está en otro lado. Parece que en México seguimos aferrados a la ecuación Más días y más horas de clase = Mejor calidad en educación. No niego que el tiempo es un factor clave para una revolución educativa y, por tanto, hay que dedicar todo el que sea necesario, pero no sólo para llenar las escuelas de niños que simulen aprender mientras sus maestros simulan enseñar. Ese tiempo tiene que ser llenado con inteligencia. Y eso es lo que hace tiempo se echa de menos en la estructura de nuestro sistema educativo.
Con el fin de explorar estas ideas, me parece un buen momento para dar un vistazo a la forma en que se organizan los calendarios y las jornadas escolares en los sistemas educativos exitosos desde la perspectiva económica (que es la que supuestamente mueve a los Estados a lo largo del mundo).
México requiere desde hace tiempo una reforma profunda en el ámbito de la educación. Así como el AH1N1 nos ha hecho pensar en las carencias en materia sanitaria e impulsa ya la necesidad de revisar nuestro sistema de salud, la epidemia es buen pretexto para repensar también nuestro aparato educativo.