lunes, 18 de julio de 2011

Eduardo Galeano y el derecho al delirio

Cuando me toca la fortuna de cerrar un ciclo formativo con maestr@s, suelo compartir con ell@s este video en el que Eduardo Galeano lee las últimas páginas de su libro Patas Arriba: La Escuela del Mundo Al Revés.

viernes, 13 de mayo de 2011

Mensaje para este Día del Maestro

Nos llega ya otro de esos días diseñados para celebrar aquello que debería merecer nuestro respeto y admiración durante todo el año. Pese a que los festejos de días como éste pueden nublar el verdadero sentido que les da origen, también nos invitan a la reflexión. Y es en ese sentido que les escribo, no solo para felicitarles, sino también para invitarnos a valorar cada día con más fuerza la oportunidad de servir que tenemos a diario.

He de confesar que aunque como educador suelo idealizar nuestra vocación, en el fondo creo que la profesión docente es tan legítima y necesaria como cualquier otra. Quizá el elemento extra radica en lo que representa el profundo sentido de educar, algo que no es exclusivo del magisterio, sino que debería —me parece— estar enraizado en cualquier actividad: comerciantes, fabricantes, empleados en cualquier ramo del sector económico y también hombres y mujeres que participan trabajando en labores fuera del sistema productivo, todos tendríamos que encontrar y explotar nuestro potencial como educadores. En esa perspectiva, podría decirse que, al menos en potencia, todos somos maestros.

Algunos hemos optado —o la vida nos ha conducido a optar— por esa misión educadora como actividad profesional. Ese hecho hace que sobre nosotros se depositen expectativas y demandas específicas y, en lo general, muy elevadas. En ocasiones eso produce desánimo, agotamiento. Uno llega a creer que su trabajo no es bien valorado, que se espera mucho de uno y se recibe poco a cambio. Si esas sensaciones nos invaden un momento, es comprensible; lo importante es sobreponerse, evaluarse con un mínimo de justicia y espíritu crítico para así seguir adelante. Al final, lo sabemos bien, las semillas que sembramos pueden tardarse en germinar, es posible que nunca sepamos de sus frutos, pero eso debe entenderse como parte natural de la vida y de ninguna manera desalentarnos. Ser capaces de ello, significa ser capaces de reconocer nuestro sentido de trascendencia, que no suele estar en boga en un mundo que exalta la velocidad y los resultados inmediatos por encima de todas las cosas.

Toda decisión, todo acto, acarrea responsabilidades. Esto es tan válido en las aulas como en cualquier otro territorio. Todos estamos llamados a la excelencia, a dar lo mejor de nosotros mismos de cara a la responsabilidad que nuestras decisiones van construyendo. Cuando servimos a otros, ese llamado se vuelve especialmente poderoso: no significa que seamos responsables absolutos del aprendizaje y crecimiento de nuestros niños, pero sí somos un elemento fundamental que con el tiempo puede adquirir incluso el carácter de decisivo en la construcción de cada alumno. Cuando vemos nuestra labor en esa dimensión y la ligamos a esa trascendencia a la que estamos llamados, descubrimos por qué ser maestra o maestro resulta tan especial.

Hoy, celebrando nuestro día, les invito a explorar y reflexionar sobre la misión educativa que nos hace coincidir en este espacio; les invito a proyectar esa misión educadora más allá de las aulas y de los pasillos de la escuela, a sus casas, a los espacios públicos donde se desenvuelven; les invito a revisar las condiciones que les condujeron hasta aquí y visualizar las circunstancias que desean vivir en adelante.

Para todas, un abrazo con mi reconocimiento, admiración y respeto ante la labor educadora que realizan día con día. Felicidades.

Ernesto

martes, 10 de mayo de 2011

¿A qué estamos jugando?

Ayer León Karuze soltó en Twitter un par de preguntas que pronto se instalaron en mi cabeza y la pusieron a dar vueltas. La pregunta de León derivaba a su vez de una nota publicada por Animal Político en la que se relataba el modo en que una familia capitalina jugaba en el parque a “los ejecutados”. A partir de ahí, León preguntó a sus seguidores en Twitter si la violencia había formado parte de sus juegos de infancia. El tema también fue parte de su pregunta del día en Hora 21 de Foro TV, indagando si uno observa cambios en los juegos de los niños en el contexto que hoy vivimos.

El tema me rondó tanto que sentí la necesidad de volcar algunas ideas por escrito.

Primero, una reflexión lingüística. Toda lengua tiene sus límites al momento de intentar abarcar la realidad. Algunos idiomas resultan a veces más adecuados que otros para referirse a ciertas ideas. Del mismo modo, ciertas cuestiones resultan con frecuencia más allá de las fronteras de cualquier código lingüístico, obligándonos a esfuerzos a veces francamente inútiles para lograr producir una mínima imagen común de ellas.

Al hablar del juego, la lengua española, como otros idiomas sin duda, encuentra una de esas peculiares limitantes. La acción de jugar y el juego como hecho son dos realidades que muchas veces coinciden en una misma definición, pero no necesariamente. No siempre jugar significa participar en un juego, pero las palabras para ambas ideas tienen la misma raíz.

En inglés no sucede lo mismo: la acción de jugar (to play) se distingue lingüísticamente del juego en el que se participa (a game). Esta distinción tiene pocas implicaciones en el caso específico que me ocupa, pero me ayuda a introducir una variante importante que existe en el término anglosajón play.

En castellano, si bien la Real Academia Española de la Lengua admite una amplia cantidad de acepciones para el verbo jugar, su uso tiende a centrarse en la connotación lúdica o en otras cercanas a ésta. En la lengua inglesa, el verbo to play tiene, además de la connotación ligada al juego, acepciones ligadas estrechamente al ámbito de la acción y la representación, en particular a la representación teatral. Play, como sustantivo, refiere, entre otras cosas, al texto y a la representación teatral.

Es este sentido de la palabra el que me interesa para de examinar el papel del juego.

Jugar es, en buena medida, representar una parte de la realidad. El juego es representación simbólica de un fragmento del mundo. Cuando juega, el niño interpreta un personaje, asume un rol al amparo de ciertas reglas que ordenan y dan sentido a su representación.

El juego implica en lo general un mínimo de reglas, incluso cuando una de éstas puede ser la negación de las mismas. Al jugar, suponemos una serie de condiciones que dan significado a las acciones de quienes participan en el juego. Algunos juegos son explícitamente simbólicos: cuando jugamos a “la escuelita”, a “policías y ladrones”, con muñecas, estamos representando ciertos roles y relaciones que recrean y transforman la realidad. Lo anterior es válido en prácticamente cualquier variante del juego: un encuentro deportivo, un juego de mesa, un video-juego, una ronda infantil.

A través del juego el niño —y la persona en general— desarrolla diversas dimensiones de su humanidad. La complejidad del juego está ligada con la inteligencia, la motricidad, la sociabilidad, la afectividad… Entre las muchas implicaciones y consecuencia del carácter simbólico del juego, tres me parecen altamente significativas al momento de reflexionar sobre los juegos de nuestros niños en el contexto que hoy vivimos.

Primero. Como representación de la realidad, el juego se enraíza en la cultura. Nuestros juegos viven una relación dialéctica con la realidad, son causa y consecuencia se la realidad en donde se desarrollan. Bajo esa premisa, considero estéril discutir bajo un limitado esquema de causa y efecto si la violencia del medio (y la violencia “pre-cargada” en ciertos juegos) hace violentos a los niños. El juego del niño nace y se produce en y con la comunidad a la que pertenece, y este hecho influirá necesariamente en las características del juego mismo.

Segundo. Durante siglos se ha debatido la naturaleza de la violencia en el ser humano. Ridículo de mi parte sería pretender resolver esa cuestión en unas cuantas líneas. Natural o cultural, la violencia existe y el juego ha sido históricamente una vía de expresión de la misma. Desde que en sus reglas aparece la idea de triunfo de unos y derrota de otros, la lucha se vuelve elemento constitutivo de no pocos juegos. En este sentido, el juego puede ser señalado como una vía cultural y socialmente legítima para canalizar nuestra violencia.

Tercero. El carácter simbólico y representacional del juego nos permite que éste se convierta en un terreno para poner a prueba ciertas conductas, ideas y valores. El territorio del juego es fértil para experimentar las diferentes dimensiones de la condición humana en circunstancias relativamente controladas. Por supuesto, esta experimentación tienen sus límites, de modo que extender el experimento fuera de ellos puede tener consecuencias terribles, de ahí la relevancia de las reglas que ayudan a delimitar y separar el juego de la “realidad”.

Concluyendo, al menos provisionalmente: a la luz de estas reflexiones, me parece que el juego como representación puede considerarse, en términos generales, un espacio adecuado y legítimo para la construcción del futuro. De ahí que minimizar o soslayar el papel cultural del juego sería lamentable, mientras que asumir conciencia de sus posibilidades, nos ayudaría sin duda a construir un mundo más humano.

viernes, 8 de abril de 2011

Cambiando paradigmas

A raíz de mi publicación acerca de la pertinencia de la escuela en el siglo XXI, esta semana recordé uno de los materiales que sin duda contribuyó hace unos meses a que estas manías mías germinaran en la cabeza. Aquí les dejo a Sir Ken Robinson desarrollando algunas ideas relacionadas con esto.


domingo, 3 de abril de 2011

Tecnología, redes sociales y educación

Siguiendo con la racha de inspiración (o con la incontinencia verbal) que me invadió este fin de semana, acabo de publicar mi primer artículo para el Blog de Educación de Social Media Club México.

La reflexión que propongo pretende ser un punto de partida para extender después el análisis y, sobre todo, aspira a ayudar a concretar iniciativas que permitan una auténtica transformación del modo en que pensamos y hacemos la educación hoy en las aulas.

El texto se titula "Para pensar el papel de la tecnología y las redes sociales en las aulas". Agradezco los comentarios que quieran regalarme para extender el debate y la reflexión.

sábado, 2 de abril de 2011

Derribar las escuelas

En unos meses cumpliré doce años dedicándome profesionalmente la educación. Y todo indica que llegaré a ese aniversario más lleno de crisis y preguntas que con luces y claridad al respecto. En cierto modo esta incertidumbre pedagógica me ha acompañado durante los doce años de referencia, aunque sin duda se ha acentuado claramente en los últimos tres o cuatro.

Hoy, la interrogante que rige en mi mente y de alguna manera se filtra en todas mis acciones y pensamientos ligados a la educación se podría resumir en una pregunta: ¿tiene la escuela posibilidades de sobrevivir como la institución que la sociedad ha elegido para formalmente preparar a sus ciudadanos?

Lo digo rápido y por lo tanto asumo que al decirlo puedo ser malinterpretado. Aspiro pues a arrojar solo algunas reflexiones que no pretenden explicar o resolver mis dilemas, sino acaso orientar mi propio debate interior y quizá, con un poco de suerte, complementar mis divagaciones en diálogo con otros.

Conviene quizá comenzar dejando en claro que la escuela como la conocemos hoy no ha sido siempre la institución encargada de preparar a los más jóvenes para el mundo de los adultos. La escuela moderna es una institución de creación relativamente reciente y poco tiene que ver en el fondo con las escuelas o centros de preparación que han existido históricamente en diferentes sociedades. Pero no es solo que la escuela —incluso la escuela moderna— haya cambiado. Han evolucionado también otras instituciones sociales que se relacionan con ella y que en cierto modo colaboran con ella en el logro de sus fines.

Quienes nos dedicamos profesionalmente a la educación, remitimos con frecuencia —a veces, creo, con una excesiva nostalgia por la tradición— al papel de la familia en la formación de los miembros más jóvenes de una comunidad. La familia es, no lo niego, el primer bastión en ese proceso de preparación para la vida. Sin embargo, al ser una institución no formal o carente de una caracterización normativa venida de fuera, su papel en la formación de las personas no está sujeta a reglas absolutas e inamovibles ni a procesos únicos y estandarizados.

Con una frecuencia que raya en lo incómodo, los que estamos en la trinchera de la escuela nos quejamos amargamente del modo en que la familia ha renunciado a sus funciones delegándolas en nosotros. Quizá sí… pero quizá no tanto. En comunidades más cercanas a la tradición y relativamente alejadas de algunos procesos de la modernidad, la mancuerna familia-escuela sobrevive con razonable funcionalidad. (Funcionalidad meramente local, lo admito, pues la función educativa no siempre logra en esos contextos preparar a sus habitantes para el mundo interconectado que, aunque les resulte desconocido a algunos, termina determinando mucho de su realidad.)

El problema sin embargo es muy distinto en las sociedades abiertas y globalizadas. Es ahí donde el binomio formador familia-escuela se ha roto. Y la tragedia se profundiza cuando nos limitamos a mirarnos unos a otros con recelo, responsabilizándonos mutuamente de lo poco que estamos logrando por falta de colaboración.

¿Qué estamos haciendo para reformular de raíz el papel que nos toca a todos? ¿Es suficiente esa antigua mancuerna? ¿No ha sido ampliamente rebasada, gritando a los cuatro vientos que se requiere otro tipo de instituciones y mecanismos, capaces de integrar la compleja gama de funciones que el mundo está demandando de sus miembros?

Creo firmemente que la escuela como institución ha alcanzado su límite. Quizá quienes trabajamos en esa trinchera, deberíamos empezar a diseñar nuevas ideas. Se acerca el día en que derribaremos las aulas para construir algo nuevo. No sé cómo vaya a llamarse, pero es cada día más urgente.

[He volcado aquí algunas ideas personales quizá un poco a la carrera, pero me hacía falta. Estoy seguro de que mucho habrá escrito y publicad ahí afuera al respecto, firmado por plumas de alta credibilidad y resonancia en el mundo de la intelectualidad y la academia. Un mundo que debería con urgencia fusionar sus energías con las de millones de maestras y maestros en el mundo para juntos refundar las instituciones educativas. Ese es mi sueño.]

miércoles, 23 de marzo de 2011

Sobre el Acoso Escolar

Hace un par de semanas tuve oportunidad de escuchar una conferencia sobre el llevado y traído bullying, a veces traducido como acoso escolar, aunque cada día compruebo con más fuerza que urge una palabra o una expresión en castellano que ayude a definir este fenómeno. Pero, más allá de encontrarle un nombre, habría que terminar de una vez por todas de caracterizarlo. Es decir: construir un concepto que haga realmente viable una intervención pedagógica al respecto.

Confieso que hasta antes de esa charla, consideraba exageradas muchas de las valoraciones que suelen hacerse del acoso escolar. Y si bien hoy sigo creyendo que se suele meter en ese saco harinas de otros costales, también reconozco que hay un problema de orden social que hoy alcanza dimensiones inquietantes y que, si bien muchas conductas han existido desde siempre —o casi siempre— hay algunas que hoy merecen caracterizarse y enfrentarse de un modo distinto.

A reserva de poder ampliar más adelante mis reflexiones al respecto —en cuanto logre darme un espacio de los muchos que necesito—, comparto hoy las ideas que sobre el tema recién publicó en su blog una querida joven maestra de San Luis Potosí. El título de sus reflexiones, irrebatible: Comenzar por la justicia desde la infancia.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Para la confrontación y el debate en nuestras escuelas

Hace una semana tuve oportunidad de asistir a una plática impartida por Giovanni Iafrancesco, investigador colombiano que colabora con el Grupo Educare. La charla resultó una extraordinaria oportunidad para sacudir algunas ideas que se estaban estancando en mi interior, fue una inesperada provocación para recuperar ideas de las cuales he estado convencido hace muchos años y que en cierto modo venía dejando de lado ante el vaivén de lo cotidiano. No hay forma de compartir las risas y reflexiones de casi cuatro horas de encuentro, pero me topé con este video de la charla impartida por el mismo ponente hace un año; el fragmento recupera varias de las ideas y provocaciones fundamentales con que me topé hace unos días. Lo dejo para la reflexión.

Reabriendo el changarro

Hace un año que no publico en este espacio. Y sin embargo, en un año mi proceso personal de evolución y revolución pedagógica no se ha detenido. Gracias a la provocación de una de mis hermanas, ferviente seguidora de mis divagues, estoy de vuelta, esperando de vez en cuando soltar algunas ideas. Inicia así una nueva temporada de estas de-formaciones.