jueves, 21 de mayo de 2020

Nueva normalidad, nuevos valores y nueva escuela

Estamos a la puerta de despedidas que algunos no esperábamos vivir. Decir adiós a la poca libertad que nos quedaba. Adiós a la pequeña esperanza de confiar en el Otro y reconocernos en su mirada.

Lo peor es que la despedida no es producto de un violento robo en despoblado: nos han convencido con relativa facilidad y lo hemos entregado todo dócilmente. Creímos que sería un resguardo temporal de estas sagradas conquistas. Peor aún: pensamos que lo hacíamos como un acto de responsabilidad y solidaridad: por el bien de los demás. Y ahora no hay marcha atrás. Nos han enseñado a ver con otros ojos aquella libertad, aquella esperanza. Y nos han persuadido de que es mejor dejarlas en prenda, una vez más, por nuestra seguridad. Por nuestra salud.

No estaremos encerrados para siempre, eso es cierto. (Escribo en México, donde teóricamente sigue vigente una Jornada Nacional de Sana Distancia que nos pide quedarnos en casa, aunque millones por necesidad, capricho o ignorancia siguen viviendo igual que antes en el espacio público.) Decía que no estaremos encerrados para siempre. Pero el día que salgamos a recuperar las calles ―como lo hacen ya algunos que llegaron antes que nosotros a la pandemia― lo haremos protegidos por murallas invisibles cuyo grosor será mucho más poderoso que el de las paredes de casa.

No sé si los cubrebocas o las caretas transparentes durarán mucho o poco, pero el distanciamiento social llegó para quedarse. Hoy el término tiene, todavía, una cierta carga negativa. Pero no será por mucho tiempo. El distanciamiento social se revela ya como la virtud vertebral del nuevo aparato que habrá de regir nuestras vidas.

Cada sistema social, político y económico a lo largo de la historia ha necesitado apoyarse en determinados valores para garantizar su funcionamiento. Estos valores se instalan sutilmente, sin grandes cuestionamientos, sin una reflexión crítica de gran alcance. Nunca se habla formalmente de ellos: se dan por hecho. ¿Habrá resistencias? Seguro. Las ha habido, las hay y las habrá. Siempre. En función de la fuerza que tenga el nuevo sistema, esas resistencias ayudarán a equilibrar algunas cosas, pero servirán también para que los defensores del régimen refuercen en sus discursos las estrategias que ocultan las letras pequeñas del nuevo contrato social.

¿Qué papel jugará la escuela en este nuevo orden? El mismo de siempre. Con nuevas reglas, por supuesto. Y no me refiero al debate entre presencialidad y virtualidad que roba las primeras planas y acapara las conversaciones cada vez que se menciona la palabra educación en estos días. Las nuevas reglas tendrán como soporte los mismos principios ideológicos sobre los cuales se ha montado desde siempre la función dominante de la escuela: convencernos de lo que nos toca, ayudarnos a comprender “la realidad” y aceptarla, iluminarnos para encontrar nuestro lugar en el mundo, bajo las nuevas reglas del juego.

Como sucede incluso en la más terrible de las dictaduras, habrá pequeños territorios de resistencia. Marginales, por supuesto. Paradójicamente, muchas personas e instituciones educativas que en los años recientes venían avanzando en la conquista del terreno con un mensaje ―y con experiencias claras― de que otra educación era posible, se entregarán fácilmente al nuevo orden. Porque el sistema de control que emerge usa el mismo idioma de los que sembraban la revuelta: conoce los valores y creencias que movían a estos revolucionarios de la educación y hace tiempo que empezaba a hablarles en su lengua. “Es su momento”, les dirá. Y a muchos los insertará con docilidad en la lógica de su algoritmo.

Otros resistiremos. No sé por cuánto tiempo. No sé con qué alcances. Como en cualquier guerra ―aunque no sé si lo que hoy vivimos pueda describirse como una guerra― la resistencia tendrá que esconderse. Buscar mantener viva la llama de sus convicciones sin exponerse al exterminio de las últimas brasas.

*

¿Resistir? ¿Frente a qué? Resistir el embate de la escuela que viene. La nueva escuela que nos están ya instalando y que, después de arraigado el miedo y respaldados por los científicos de la salud, madres y padres exigirán para sus hijas e hijos. Serán las familias quienes reclamen a las escuelas más de lo que pedirán los propios gobiernos. Acaso unos cuantos comprenderán el alcance que a largo plazo tendrán esas medidas sanitarias que con bombo y platillo presumiremos, sin detenernos a pensar en los nuevos marcos mentales que estaremos instalando con ellas.

Hace unos días escribía Martín Caparrós que la emergencia le había llevado a experimentar y comprender inesperadamente “la actitud entre melancólica y reactiva —reaccionaria— del conservador: sabe que algo se le escapa y se pregunta cómo podría conseguir que algo de ese algo no se fuera del todo o volviera de algún modo”.

Aunque nunca me he considerado conservador, esa actitud paradójica no me es extraña, pues siempre me  ha acechado una incómoda pero vital condición que me hermana con la trágica Casandra griega. Condición que en mis delirios apocalípticos hoy me arrastra a mirar el mundo que vendrá.

La idea misma de "escuela" ya estaba en crisis. Es verdad, sus días estaban contados. La pandemia acabó con ella, aunque seguramente seguirá pataleando y buscando defenderse en su último aliento. Es cierto también que muchos deseábamos que desapareciera. Pero no todos teníamos en mente el mismo anhelo para la escuela que habría de sustituirla.

Poco tenemos para celebrar hoy quienes pugnamos por una educación crítica, humanista, liberadora. Ya era difícil antes convencer sobre la necesidad de derrotar la lógica simplificadora de una escuela orientada por la reproducción y la homogeneidad. Pero había pequeños triunfos. La constancia y el valor de muchos había conseguido derrotar las filas de bancas y las tarimas; poco a poco se apostaba en muchas trincheras por la interacción, el aprendizaje activo, la centralidad del estudiante, el diálogo y el cuestionamiento.

Pero esas conquistas eran pequeñas batallas. Con vestidos semejantes, apropiándose del lenguaje de algunas pedagogías críticas, acechaban las grandes corporaciones de administración de contenidos y los emporios tecnológicos con algoritmos para resolver la vida de profesores, estudiantes y familias. Se imponía poco a poco una vacía pedagogía del entretenimiento disfrazada de habilidades para el siglo XXI.

Hace unas semanas, lleno de esperanza, compartí en distintos espacios un primer vistazo a los escenarios posibles para la educación después de la emergencia. Simplificando un poco las cosas, apuntaba tres posibilidades. En la primera, la vieja y agonizante escuela se repone apoyada en sus inercias y en el miedo, en la necesidad de la gente por refugiarse en lo conocido. En el segundo escenario, ponemos ciegamente la educación en manos de la tecnología digital. La tercera vía, pensaba, estaría en la posibilidad de reimaginar y rediseñar la idea de escuela desde su raíz.

Hoy no soy optimista. Me parece que la pandemia ha terminado de sacudir las piezas en el tablero de juego y algunas han tenido ya la fortuna de salir ganando, mientras otras han rodado al suelo y tendrán difícil levantarse.

Hoy me aterra pensar que veo con claridad el mundo que viene. Y no hablo de los primeros meses, el regreso a clases y la logística sanitaria previa al hallazgo de vacunas o tratamientos para un virus. Me refiero a lo que viene después. Lo que viene para instalarse a largo plazo.

Los nuevos valores dominantes pisotearán a algunos de los que nos inspiraron por muchos años. Solidaridad, generosidad, colaboración, confianza… son palabras que pronto tendrán otro significado en el diccionario moral que servirá de referente en las escuelas. En la raíz de sus nuevas definiciones estará, por supuesto, el miedo. Pronto el miedo se convierte en desconfianza, en sospecha permanente frente al Otro. Y la sospecha en repugnancia.

En la escuela aprenderemos los nuevos mandamientos por el bien de nuestra salud. No tocarás. No compartirás. No mirarás frente a frente sin una careta o dos metros de distancia. No pondrás en duda lo que dice la ciencia por el bien de la salud. Por favor, que mi hijo no se acerque a nadie. No se le vaya a ocurrir prestar la regla o tus colores… ¡mucho menos compartir algo del almuerzo!

La ingenua idea de solidaridad que inundó a muchos en las primeras semanas del encierro, se apagará pronto, igual que se apagaron los cantos en los balcones de muchas ciudades europeas. Salimos a comprar unos días al vecino o al productor local con esa idea de ayudarnos durante la crisis. Pero eso se acaba. A algunos nos vencen los caprichos, a otros nos gana la sospecha. ¿Será seguro? ¿No se estará aprovechando de mí? ¿Dónde estará la trampa?

Con la bandera de la solidaridad nos dijeron cuídate tú y así cuidas a los tuyos. Nos cuidamos todos a todos. Creímos que lo hacíamos por los demás, pero en el fondo sabían y sabíamos que lo hacíamos por nosotros. Pronto resucitó Caín en nuestro interior: ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Aceptamos cuidarnos renunciando a vernos. Renunciando a la mirada, al rostro, renunciamos a la responsabilidad auténtica por el Otro. Una responsabilidad, cierto, bastante olvidada y por tanto fácil de abandonar de una buena vez.

La nueva colaboración será por definición ajena a la mirada. Colaboración en línea, nunca frente a frente. Colaboración mediada por la distancia, en la que se diluye fácilmente la responsabilidad moral. La misma lógica de cooperación que hizo posible el exterminio nazi ―analizada brillantemente por Zygmunt Bauman en Modernidad y Holocausto― pero apoyada en el simulacro de cercanía que se produce en las pantallas. Colaborar con mi parte no exige la visión global del sistema. Bastará cumplir con lo que alcanza la mirada en el marco de mi dispositivo. No habrá necesidad de cuestionamiento crítico porque, ¿quién cuestiona la aspiración del gran proyecto de la madre ciencia, la importancia de nuestra seguridad y el cuidado de nuestra salud?

Parafraseando el salmo, Levinas recordaba que la persona libre está consagrada al prójimo: “nadie puede salvarse sin los otros. [...] Nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema”. Con la distancia se difuminan nuestros rostros. Al romper con el encuentro cara a cara, al distanciarnos de esa mirada que nos interpela desde el rostro del Otro, se resquebraja la responsabilidad ética propia de la relación intersubjetiva.

Las barreras físicas serán temporales, no lo dudo. Desaparecerán un día las caretas, las marcas en el piso, las placas de plástico y cristal. Pero el día en que podamos librarnos de ellas, como el elefante de circo, permaneceremos atados por una fuerza invisible, porque el Otro, desdibujado, sin un rostro en el cual reconocernos, nos provocará asco.

*

Escribo anhelando equivocarme. Lo pongo sobre la mesa seguro de no ser el único que lo anticipa. Lo escribo, como apuntaba Vilém Flusser, proyectando escenarios consciente de que estos no describen catástrofes ―que por definición son imprevisibles― sino “algo previsible que ―al menos en teoría― puede impedirse”.

Lanzo estas palabras porque, a pesar de las sombras, creo firmemente y hoy más que nunca, que otra escuela es posible.

*
Referencias
  • Bauman, Zygmunt. (1974). Modernidad y Holocausto. Madrid: Sequitur.
  • Caparrós, Martín. (2020). La nueva normalidad. New York Times, Mayo 7, 2020.
  • Flusser, Vilém. (2011). Hacia el universo de las imágenes técnicas. México: UNAM / ENAP.
  • Levinas, Emmanuel. (1974). Totalidad e Infinito. Salamanca: Sígueme.

sábado, 18 de agosto de 2018

En sus marcas, listos... ¡disfrutemos nuestro curso!

Comparto el texto de un correo que he enviado esta tarde a mis compañeros del colegio. Lo extiendo a todos mis amigos docentes y a todo aquel que hoy se prepara para iniciar un nuevo curso.


Les escribo con profunda alegría en el marco de este inicio de ciclo, emocionado testigo del compromiso que caracteriza a esta gran familia de colaboradores. Les agradezco a todos el gran esfuerzo realizado en estas primeras semanas para lograr todos el inicio de un gran ciclo escolar para todos nosotros y para nuestros estudiantes.

Hace unos días leía un breve artículo sobre uno de los graves problemas que aquejan a nuestro sector: el estrés y agotamiento docente. Sin duda el fenómeno es preocupante, pues existen grandes demandas sociales sobre los educadores y a la vez muchas presiones laborales y personales. En estas semanas hemos abordado de diversas formas la importancia de trabajar con nuestros chicos en la dimensión socioemocional. Lograr el equilibrio personal no es tarea fácil en un mundo vertiginoso y lleno de presiones. Si bien no tengo la solución a un tema tan complejo, me permito poner en la mesa algunos aspectos que podemos tomar en cuenta para disfrutar nuestro trabajo cada día más, desarrollarnos de forma personal y ayudar al mismo tiempo a nuestros chicos para que sean más felices.

Primero, destaco que ninguno de nosotros está solo. Somos un gran equipo. Con toda nuestra diversidad, formamos un sistema con grandes riquezas. Una de las mejores maneras de aprovechar esa riqueza, es buscando y construyendo entre nosotros conversaciones positivas. Siempre enfrentaremos momentos difíciles; ante ellos, mi invitación es a que nos ayudemos a poner esas dificultades en perspectiva, encontrar el papel que estamos jugando de manera personal en cada posible conflicto, evitar juzgar o actuar con prejuicios sobre las intenciones de los otros (estudiantes, compañeros, familiares) y busquemos juntos la forma de superar las dificultades con buen ánimo, sabiendo que no estamos solos.

La mejor forma de crecer es creciendo juntos. Aquí no hay ninguna competencia. Así como en nuestro COlegio no tenemos cuadros de honor con los estudiantes, tampoco tenemos cuadro de "empleados del mes". Estamos seguros de que todos podemos ser mejores cada día y alcanzar de la mano un mayor desarrollo personal y profesional. Hagamos de nuestras conversaciones una oportunidad de ayudar a crecer al otro, especialmente cuando tengamos desacuerdos o diferencias. Busquemos comunicarnos de forma oportuna, cuidadosa, abierta. 

Siempre existirán cosas que no nos gusten del todo. Quizá haya algunos estudiantes difíciles, familias excesivamente demandantes y sobreprotectoras, compañeros que no tengan la misma capacidad de intervenir que nosotros... Siempre habrá procedimientos que nos parezcan excesivos, peticiones o indicaciones con las que no estemos plenamente de acuerdo... Ante todo ello, evitemos juzgar con frialdad y busquemos un poco de empatía. Recordemos que todos hablamos y actuamos a partir de nuestras biografías, nuestras experiencias. No queramos adivinar intenciones ocultas ni descalifiquemos a los otros aún cuando nos parezca que algo debería ser obvio para todos. Seamos humildes y recordemos que de vez en cuando puede venir bien el ritual japonés del té para propiciar el encuentro y la conversación.

Cuando las cosas nos parezcan especialmente difíciles, busquemos el apoyo y la orientación de algún compañero. Especialmente les invito a todos a dialogar abiertamente con sus jefes. Si hablamos dando testimonio de nuestra responsabilidad y compromiso, siempre podremos encontrar soluciones a las diferencias. A quienes ocupan una responsabilidad de dirección o coordinación, les pido escucha y apertura con sus equipos. En todas las relaciones que establezcamos, cuidémonos entre nosotros. 

Las responsabilidades de todos son muy grandes. Tenemos en nuestras manos a más de un millar de niños y adolescentes cuyas familias depositan en nosotros su confianza cada día. Esas responsabilidades obligan a que todos trabajemos con rigor y exigencia, pero también con cordialidad. Cumplamos cabalmente con lo que nos toca; pidamos ayuda cuando sea necesario y estemos dispuestos a ayudar a quien lo necesite.

Quizá este largo texto resulte un poco redundante para algunos. Si han llegado hasta aquí, agradezco su paciente lectura y concluyo con una sencilla invitación: disfruten plenamente este nuevo curso; disfruten intensamente cada jornada, cada clase, cada actividad, cada tarea que realicen desde sus diferentes responsabilidades. Hagamos nuestro trabajo contagiando alegría, pues a pesar de los muchos problemas que nos aquejan, hay mucho por lo que podemos estar agradecidos y muchas cosas buenas que nos quedan por alcanzar juntos.

Les dejo como remate el enlace a un video que ha circulado en redes últimamente y que hace poco me compartió uno de nuestros compañeros. Es una charla en la que Alex Rovira nos recuerda que nuestra mirada, nuestra manera de estar en el mundo, puede transformar a las personas

Les abrazo deseando que tengan un excelente ciclo 2018-2019.

domingo, 29 de abril de 2018

Primero los mexicanos no es lo mismo que Mexicanos Primero

Hace por lo menos seis años que Mexicanos Primero, organización fundada por Claudio X. González, marca la agenda en materia educativa en este país. En aquellos días, el documental De Panzazo (2012) colocó en el centro de debate controvertidas aristas de nuestro enmarañado sistema educativo, preparando el terreno para el golpe mediático que significó la detención de Elba Esther Gordillo al año siguiente y para la puesta en marcha de la tan manoseada “reforma educativa” de este sexenio. Hoy, Mexicanos Primero sigue operando en favor de su propia agenda, presentándose como la voz de los niños, de los maestros serios, de los que se preocupan realmente por la educación. Ante ese afán de presentarse como “representantes de la sociedad civil” (perdón, ¿quién los eligió para representarnos?), cuestionar a Mexicanos Primero se interpreta como un auténtico ataque a la educación. Por eso tantos celebran el desafortunado spot que lanzaron en estos días representando, según las palabras de la propia organización, “los sueños de los niños, no de los políticos”. Pero, claro, no nos presentan a niños compartiendo sus sueños, nos muestran a cinco niños interpretando una parodia de los aspirantes presidenciales, con un guion escrito por estrategias políticos. Cuando solo uno de los cinco candidatos ha manifestado abiertamente su rechazo a la Reforma Educativa, es evidente que el spot tiene una finalidad. ¿O de verdad somos tan ciegos? Claro que no. Por eso quienes se oponen al Peje lo celebran y sus seguidores lo repudian. Algunos, que no nos consideramos ni lo uno ni lo otro, intentamos leerlo de manera más crítica. ¿De verdad se vale intervenir así en la campaña? Quizás. Pero si Mexicanos Primero quiere ser parte de la campaña, debería hacerlo abiertamente, no manipulando con mensajes cursis que poco abonan a la incipiente deliberación democrática de nuestro país. Muchos temas podríamos debatir sobre el spot: la utilización burda de niños en campañas políticas, la desinformación existente en torno a la “reforma” educativa, los estereotipos que reproduce, la banalidad que promueve y que enrarece nuestro proceso electoral... Pero hay un tema del que se habla poco y que no debería dejarse de lado: el interés que mueve a Mexicanos Primero. Lo apunté (quizá no con suficiente claridad) cuando reseñé la película De Panzazo hace seis años: en estos temas es fundamental seguir la pista del dinero. Para mí, cada vez es más claro que en la agenda de Mexicanos Primero está impulsar un modelo de escuela concertada para México, un modelo que permitiría al Estado poner la operación de centros originalmente públicos en manos de particulares. El modelo exacto que Claudio X. González busca todavía no lo tengo del todo claro, pero su gente cabildea esto desde hace tiempo en algunos sectores y en tiempos recientes con más fuerza. Por lo pronto, el informe más reciente de Mexicanos Primero -publicado a inicios de 2018 y titulado La Escuela que queremos (sí, me queda claro que es la escuela que literalmente quieren para ellos)- les ha servido como diagnóstico para demostrar lo que todos sabemos: en materia educativa el Estado está rebasado. Ante un sistema educativo absolutamente rebasado como es el mexicano, sin duda un modelo de escuela concertada podría traer grandes beneficios sociales. Pero en una estructura grotescamente corrupta como la que medio sostiene a nuestras instituciones, esa transición es muy peligrosa. Son millones y millones de pesos los que puede significar este “negocio” para una organización que se embolse la “concesión” de unas cuantas escuelas. Cierto que hoy muchas escuelas de sostenimiento particular -no todas, por supuesto- ya lucran más allá de lo legítimo con la educación. Pero el dinero que se mueve ahí es completamente privado. En un modelo de escuela concertada hablamos de dinero público, el asunto es claramente distinto.Sin un modelo que garantice absoluta transparencia en la gestión de escuelas concertadas, estaríamos a las puertas de una nueva “estafa maestra”. Remato dejando una liga a lo que escribí en septiembre de 2013 cuando se ponía en marcha la dichosa “reforma”. Han pasado unos años; el escenario no es muy distinto y mis conclusiones siguen en la misma línea: seguimos sin apostar en serio a la formación de maestras y maestros, seguimos atorados creyendo que los exámenes representan los “logros” y aprendizajes de los estudiantes y seguimos sin cambiar las anquilosadas estructuras burocráticas que nos atan al pasado. No todas las reflexiones de Mexicanos Primero son malas y muchas podrían ayudarnos a cambiar las cosas, pero la solución no está en entregarles a ellos la educación de este país. Más lejos todavía: parece la solución auténtica no pasa ni siquiera por las aulas, pues gane quien gane seguirá usando el sistema educativo como botín y rehén. Pienso que la revolución educativa que necesitamos tendrá que venir desde afuera, desde los márgenes. Por lo pronto, desde esos márgenes convendría desmontar el ridículo mensaje con el que insisten en decirnos lo que debemos pensar y sentir de cara a esta elección. Elige lo que quieras, pero elige tú. PD. Muchos califican y calificarán de absurdo mi dicho. Ojalá me equivoque, pero por si acaso, guardemos este texto y su fecha. Espero que si es necesario desempolvarlo más adelante, sea para reconocer que me equivoqué.

lunes, 2 de mayo de 2016

Una mirada al futuro

En estos días en que tanto se habla de innovación y del futuro es fácil caer en la tentación de la especulación ociosa y sin argumentos. A ratos no está mal, pero cuando se trata de pensar y organizar nuestro propio futuro, el futuro de las instituciones educativas, más vale hacerlo con elementos.

Hoy que la educación superior (la educación universitaria) enfrenta grandes retos, conviene que observemos y analicemos esos fenómenos desde educación básica. ¿Por qué? Encuentro al menos una razón suficientemente importante: los cambios en las universidades vienen impulsados por tendencias en el mundo laboral, en una cadena de arriba hacia abajo; si en las bases nos aferramos a estructuras del pasado, nuestros niños tendrán mañana enormes dificultades para encajar en un mundo que les resultará extraño y en al cual no será sencillo adaptarse con herramientas añejas.

Material para reflexionar y explorar las vertientes que está tomando la Educación Superior hay muchas. En estos días he leído artículos publicados casualmente (¿casualmente?) en días recientes sobre el tema. Algunos intentan dar razones para que las universidades se orienten más hacia el futuro; por ejemplo este publicado en Inside Higher EdWhy Higher Education Need to Be More Future-Focused (Por qué la educación superior debe estar más enfocada en el futuro).

Hoy muchas industrias enfrentan disrupciones que cuestionan lo que tradicionalmente las sostenía (ahí están los multicitados ejemplos de Uber en lo relativo a transporte y Airbnb en hospedajes). Este artículo publicado en University Business explora el tema: Higher ed disruption underway - don't get caught off-guard (La disrupción en educación superior está en curso - que no te tome desprevenido).

Esta tendencia se presenta a través de algunos ejemplos en este artículo publicado en el diario español El País: Universidades disruptivas, así se enseña fuera de lo convencional.

Algunas voces más radicales -al menos desde la perspectiva de quien defiende la persistencia de la Universidad- hablan de la desaparición de los grados universitarios tal y como los conocemos. Un ejemplo de esa visión la plantea Jeffrey J. Selingo en este artículo publicado en Winona Daily News: The four-year degree is dying - but there are innovative ideas (El grado tradicional de cuatro años está muriendo - pero hat ideas innovadoras).

En el marco de estas innovaciones, algunos han hecho notar que muchas de las universidades más célebres del mundo conservan prácticas tradicionales en sus modelos educativos. ¿Por qué sucede? El investigador Eduardo Andere explora una hipótesis en este artículo publicado en el portal mexicano Educación Futura: ¿Por qué las mejores universidades del mundo no enseñan por competencias? (El texto de Andere puede resultar provocador, sobre todo para quienes estamos en Básica o Media Superior, sin embargo creo que pone en acento en un asunto muchas veces olvidado por los docentes: el peso de la motivación. Me parece que ahí se abre una veta que debemos analizar con urgencia: ninguna de nuestras estrategias innovadoras resultará realmente efectiva si el alumno no desea aprender.)

Si sientes que la educación superior está muy lejos de tu territorio, te invito al menos a leer este artículo publicado en Quartz que habla de la educación básica: Schools are finally teaching what kids need to be successful in life (Las escuelas finalmente están enseñando lo que los chicos necesitan para ser exitosos en la vida).

No planteo que compremos sin cuestionar lo que plantean estos artículos: sugiero que a partir de estas (y otras) exploraciones, identifiquemos lo que buscamos y las estrategias que podemos implementar a fin de contribuir para que nuestros estudiantes de hoy cuenten con las herramientas necesarias para abordar con logros y felicidad su vida en el futuro.

lunes, 27 de abril de 2015

Educar en la Aldea Global

(Texto elaborado para el editorial de la publicación institucional Exploradores Monclair, Mayo-Junio 2015)

Educar es una tarea de construcción permanente, inagotable. Se dice con frecuencia que es una misión que corresponde de forma esencial a los padres, a la familia; sin embargo, es evidente que en una sociedad compleja y diversa esa tarea sucede también a través de otras instituciones, formales e informales. Es conocido un adagio africano según el cual para educar a un niño es necesaria una aldea entera. En el contexto “occidental”, donde el individualismo alcanza casi todas las dimensiones de la vida, la idea de una aldea que educa puede sonar incómoda, pero valdría la pena reflexionar sobre sus implicaciones: no educamos solos, aislados.

Hoy vivimos en una compleja aldea global. Quizá siempre lo hemos estado en cierta medida, pero nunca antes había resultado tan evidente. Antes compartíamos un planeta, un medio natural, sin ser plenamente conscientes de las repercusiones que podía tener una acción en el resto del globo. Hoy la tecnología nos conecta y hace evidente que ningún acontecimiento esté aislado, todo repercute en otro lado, queramos o no. Compartimos ya no solo el aire que respiramos o el sol que nos alumbra: fluyen entre nosotros ideas, cultura, creencias.

La aldea en la que educamos hoy es mucho más compleja y educar juntos es un reto que demanda mayor conciencia. Creer que educamos solos al interior de nuestra familia puede resultar más fácil, pues por momentos parece que todo está bajo nuestro control. Pero tarde o temprano salimos a las calles o encendemos una computadora y el resto de la aldea se manifiesta.

Educar en nuestra aldea global demanda colaboración, reconocimiento de la diversidad, arraigo de las convicciones personales en un marco de respeto a los derechos universales. Cada familia procurará transmitir su propia cultura, pero no va sola en esta aventura: necesita encontrar en otros –en la escuela, por ejemplo– aliados con los cuales colaborar para lograr que sus hijos encuentren cada día mejores formas de estar en el mundo, para ellos mismos y para los otros.

jueves, 23 de abril de 2015

Encontrar el rumbo

Los tiempos electorales (que por momentos parece que son permanentes, perpetuos) hace que ciertos temas se manoseen hasta el cansancio. Y la educación es uno de los favoritos, por supuesto. Todos apuestan a la educación como la clave para salvarnos de todos los males posibles. No es ocioso ni casual, lo sé; el problema es que no veo que se tome en serio.

Hace un par de años se celebró con bombo y platillo - festejo que desde entonces no se detiene-, una nueva "reforma educativa". ¿Qué hemos logrado desde entonces a nivel Sistema Educativo? El señor secretario del sector pide que no esperemos soluciones inmediatas; tiene sentido, pero algo debería estarse moviendo, ¿no?

En fechas recientes diversos especialistas en el tema educativo han expuesto sus valoraciones sobre los logros y fracasos de la reforma educativa hasta el momento -más los segundos que los primeros, sin duda-. Comparto aquí algunas de esas reflexiones que conviene analizar para comprender por qué la reforma de este gobierno ha sido insuficiente. Me parece especialmente pertinente el señalamiento que hace Manuel Gil en esta nota del portal Educación Futura, cuando destaca que esta reforma carece de propuesta pedagógica o modelo educativo. Ayuda también mirar el asunto desde la posición de Pablo Velázquez, de Mexicanos Primero, que en este artículo subraya la necesidad de transformar y no solo administrar el sistema educativo.

Para completar la foto, recientemente el INEE presentó un informe sobre el cual hasta ahora solo he leído resúmenes y notas periodísticas. A través de esas referencias, creo que se trata de un documento indispensable para evaluar el estado que guarda la nación -dirían los clásicos- en materia educativa. El informe puede consultarse y descargarse aquí

La pregunta espera -urgentemente- nuestra respuesta e iniciativas. ¿Qué podemos hacer desde nuestras trincheras, desde nuestra escuela, desde nuestras aulas, para darle rumbo a un país que reclama con urgencia auténtica calidad educativa, una formación digna para sus niños y adolescentes?

viernes, 28 de noviembre de 2014

Charles Leadbeater en México (2012)

Una charla sobre la necesidad de innovar en educación.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Hablar sobre Ayotzinapa con nuestros niños y adolescentes

Hace unos días me sacudió encontrarme esta imagen en Twitter:


Después me topé con esta convocatoria, compartida por mi madre en una de sus redes sociales:


De inmediato me pregunté: ¿cómo estamos abordando en la escuela las crisis que atraviesa México? Nos guste o no, creamos o no en nuestros gobernantes, es innegable que estamos en un momento difícil para el país y considero que es obligación de las escuelas abordar dicha realidad. No adoctrinando, por supuesto, ni en una dirección ni en otra: despertando la conciencia, formando una mirada crítica ante los discursos oficiales y los mensajes de los medios de comunicación. Quienes creemos en la función transformadora de la educación, quienes creemos en la educación como vía para la toma de conciencia y el desarrollo del pensamiento crítico, deberíamos buscar que esto fuese claramente palpable en nuestras escuelas.

Abordar esto no es fácil, por supuesto, y tampoco tendría que ser igual en cualquier nivel educativo. Propongo algunas pautas al respecto.

En primer lugar, considero que no nos toca como escuela asumir una postura política que tome partido a favor o en contra del gobierno. Esto significa no caer en el adoctrinamiento, pero no significa negar la realidad y no tocar el tema. Es importante, naturalmente, intervenir de acuerdo con el nivel y la necesidad de los propios alumnos.

Con los más pequeños no creo que el asunto deba plantearse como parte de la agenda del maestro, pero sí es importante estar atentos a reacciones o preguntas que los niños pudieran hacernos al respecto. La forma de abordar al fondo el tema es una decisión familiar, por lo que conviene ser prudentes, especialmente con los chicos de preescolar y primaria. Ojo: no significa que escondamos las cosas, creo que eso no es razonable; simplemente sugiero no profundizar con los pequeños en las posturas ideológicas; lo que sí creo razonable con ellos es abordar la dimensión humana.

En secundaria y preparatoria sin duda resulta pertinente que el tema sí sea abordado con una orientación más abierta hacia la defensa de los derechos humanos, a la toma de conciencia y al análisis crítico de la realidad. Con ellos es pertinente explorar diferentes puntos de vista, abordar los argumentos de las partes en conflicto y colocar los derechos humanos como valores supremos al enfrentar las dimensiones más álgidas del conflicto.

Para completar estas ideas y aterrizar incluso algunas propuestas más concretas, comparto un artículo escrito por Soren García Ascot y Adriana Segovia para el portal de Animal Político. También les dejo el audio de una entrevista que dieron estas chicas a un programa de radio.

Sé bien que el tema puede ser polémico. Los invito a compartir ideas y reflexionar juntos sobre ello.


Artículo: ¿Cómo hablarle a los niños sobre Ayotzinapa?, por Soren García Ascot y Adriana Segovia

Audio: Entrevista a las autoras del artículo en el programa Así las cosas, de WRadio

lunes, 14 de julio de 2014

¿Padecer la realidad o transformarla?

Un año más. Muchas emociones. La conciencia ineludible de la enorme responsabilidad que tenemos como educadores. Comparto con ustedes el mensaje que dirigí esta mañana a los alumnos que concluyeron 3º de Secundaria en el Colegio que encabezo.


Se han preguntado: ¿de qué les ha servido venir a la escuela durante más de 10 años continuos? ¿Por qué tendrían que seguir asistiendo otros tres años por lo menos, y completar la educación obligatoria?

Algunos dirán que deben prepararse para la vida, para salir al mundo, para conseguir un trabajo, para ganar dinero. Algunos piensan que vamos a la escuela para que nos enseñen cómo deben ser las cosas, para que nos digan lo que debemos saber, cómo debemos actuar.

En Monclair  no creemos eso. En Monclair pensamos que nuestro trabajo es empujarlos para preguntarse por lo que funciona y lo que no; moverlos a imaginar nuevas maneras de hacer las cosas; ayudarles a encontrar herramientas para transformar el mundo.

Quizá algunos se pregunten: “¿Por qué habría que transformar el mundo? ¿No está bien como está?”

Vivimos un mundo de contrastes.

Hace mucho tiempo que el entusiasmo, el crecimiento, la alegría y las celebraciones, conviven todos los días con el dolor y la injusticia.

Cuando ustedes nacían, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió un libro que muestra crudamente estos contrastes. El libro se llama: Patas Arriba, la escuela del mundo al revés. En las primeras páginas nos dice:

“En el mundo al revés, quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. (…) El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa. (…) El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo.”

Mientras millones de personas observan la televisión y celebran un mundial de futbol, mientras la selección y el pueblo alemán festejan su campeonato, el pueblo palestino en medio oriente vive horas oscuras, bajo los bombardeos israelíes.

¿Les parece que eso está muy lejos? Vamos más cerca…

Mientras unos cuantos se pueden dar el lujo de pasear e ir de compras a Altacia, creyendo que es el lugar más bonito de León, miles pasan horas de angustia pensando cómo sacar el mayor provecho a unas cuantas monedas que cada día les alcanzan para menos.

¡Y todavía hay quien piensa que los pobres son pobres porque no le echan ganas, porque no se esfuerzan suficiente!

No nos detenemos a pensar que buena parte de la pobreza es producto de la injusticia: que mientras unos cuantos se reparten el pastel, otros no alcanzan ni las migajas.

Lo más triste, es que además algunos quieren enseñarnos que debemos convertirnos en los que sacan las rebanadas más grandes, cuando deberíamos aprender a preparar juntos pasteles que puedan alcanzar para todos.

En unas semanas estarán ingresando al bachillerato: un nivel que representa la conclusión de su educación obligatoria y al mismo tiempo establece las bases para la construcción de su proyecto de vida adulta.

Les queda mucho por aprender, mucho por cuestionar, mucho por descubrir. En ese camino, no renuncien al regalo más preciado que tienen: su libertad. No actúen porque el instructivo lo dice, o porque la mayoría lo hace, o porque Google o un algoritmo informático les dicen que eso es lo que les conviene.

Tomen decisiones haciendo uso de su libertad y asumiendo conscientemente la responsabilidad que esa libertad les exige.

Los invito a tomar el consejo de Galeano: no permitan que les enseñen a padecer la realidad, atrévanse a cambiarla; escuchen el pasado e imaginen el futuro.

Otro uruguayo, el poeta Mario Benedetti, se preguntaba qué les quedaba por vivir y probar a los jóvenes en un mundo de rutinas, ruina, consumo y humo.

Y se respondía… Les queda…

no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.

domingo, 15 de junio de 2014

Sobre los monopolios en la gestión de contenidos escolares

Con alarmante velocidad, en los últimos años se han empezado a difundir “programas integrales” para promover en las escuelas un mayor aprovechamiento de los entornos digitales con fines educativos. Estos programas ofrecen programaciones y contenidos que ya antes eran gestionados a través de materiales impresos y que ahora suman “la riqueza” de las tecnologías digitales. Tanto instituciones públicas como privadas en México han recibido con entusiasmo esta nueva oferta de servicios comercializados con la consigna de “facilitar” el trabajo al docente y “enganchar” a los alumnos con contenidos atractivos y entretenidos. Si bien las tecnologías digitales se presentan como potenciales vehículos para la creación y gestión plural de ideas, la amplia aceptación de estos programas educativos pone sobre la mesa el riesgo de desperdiciar ese potencial democrático en favor de una administración centralizada de contenidos.  

Aunque aparentemente no tiene relación, el párrafo está tomado de una ponencia que presenté en enero de 2013 sobre la comunidad de indagación filosófica en la escuela y los entornos digitales. Lo recupero con la intención de desarrollar con más serenidad esta idea que describe lo que es cada día una moda más arraigada.