lunes, 12 de marzo de 2012

Sobre el panzazo


Han pasado ya varios días desde que compartí mis primeras impresiones acerca de la película De Panzazo. En este tiempo he tenido ocasión de leer diversas opiniones acerca de la cinta y con el paso de los días me he visto obligado a reconocer que mi entusiasmo inicial por compartir algunas ideas, me llevó a ser ingenuamente optimista al afirmar que se trataba de un documental que era necesario —o al menos conveniente— ver, con el fin de analizarlo y reflexionar sobre un tema que —indiscutiblemente, eso sí— merece toda nuestro interés. Más aún: me parecía que De Panzazo, con todos sus defectos, nos ofrecía una oportunidad dorada para dialogar y poner a debate las políticas educativas que sostienen y movilizan a nuestro sistema educativo. En mi ingenuidad, pasé por alto la sorprendente credibilidad que tiene Carlos Loret de Mola en un amplio sector de la población; esa posición, legitimada con un cineasta como Juan Carlos Rulfo en la cámara y con la aparición a cuadro de personajes como la politóloga Denise Dresser o, más aún, la investigadora educativa Silvia Shmelkes, ha conseguido que para muchos las afirmaciones contenidas en De Panzazo sean consideradas verdades absolutas e incuestionables. Peor todavía: como anticipaba en mi texto anterior, no faltan quienes por haber visto la película de menos de 80 minutos, opinan cual grandes conocedores de la materia y descalifican a cualquiera que trata de dialogar con argumentos. Para mi desgracia, trabajar en el sector educativo pesa en contra: si uno critica la producción de Mexicanos Primero parece que solo hay dos explicaciones: o uno quiere defender a Elba Esther y a los maestros “revoltosos” o, en el mejor de los casos, uno no está dispuesto a reconocer su responsabilidad en el tema. Tragedias del maniqueísmo que tan bien se nos da.

En este contexto, me pensé mucho volver a escribir sobre el tema. Y decido hacerlo porque me resulta necesario; porque estoy seguro que alguno habrá que esté dispuesto a ver De Panzazo con mirada crítica o al menos aceptar una especie de derecho de réplica de aquellos que, participando a diario en el ámbito educativo, no nos sentimos representados por lo que ahí se muestra. Más aún: creemos que para hablar de la educación en México, sería necesario debatir, sumar argumentos y construir propuestas.

No pretendo con estas líneas convencer a otros de mis convicciones o mis percepciones acerca de la película. (En todo caso, tengo claro que a los radicales no hay modo de convencerlos.) Pretendo, eso sí, llamar la atención sobre cuestiones que me parecen delicadas y que merecen un mínimo de seriedad y un máximo de racionalidad democrática. Pretendo, pues, poner sobre la mesa algunas cuestiones con la esperanza de que quien las lea pueda sumarlas al conjunto de elementos disponibles, hacer sus valoraciones y emitir sus propios juicios.

Reconocía hace unas semanas que De Panzazo tiene un mérito: hacer de la educación no solo un tema de interés público sino colocarlo en la agenda del interés del público. Acusa con justicia el innegable daño que Elba Esther, a través del sindicato, ha causado a nuestro sistema educativo. Lamento, sin embargo, que ese mérito se vea acompañado de tantas carencias que terminan convirtiendo a la película en un peligro para la deliberación, reflejando las mismas carencias que denuncia: muestra una manera fácil de hacer “periodismo”, una fórmula de “investigación” que se queda en la superficie, que opta por el atractivo mediático, que a base de reduccionismos y posturas maniqueas pretende crear en el espectador la impresión de que conoce suficiente sobre el tema. Sin embargo, no aporta elementos para la construcción.

Al dejar expuestas tantas ideas por encimita, De Panzazo exige una lectura crítica, como tendríamos que hacer ante cualquier programa que pretende “informar” o “mostrar la realidad”, sea lo que sea lo que esto signifique. Así, la cinta llama a que se contesten ciertos "argumentos" o mensajes que los realizadores envían a su audiencia, en la mayoría de los casos como si se tratara de verdades absolutas.

En las siguientes líneas pretendo centrarme en tres grandes problemas que encuentro en De Panzazo: la falta de contexto de sus pocos argumentos, la presentación de su narrativa a través de una falsa objetividad  y la ausencia de una propuesta o tesis que ayude al espectador a saber qué pretendían los realizadores.

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De Panzazo pretende ofrecer una imagen del fracaso de nuestro sistema educativo citando datos e insertando testimonios que podrían aportar mucho, pero lo hace sin situarlos en un contexto que contribuya a darles un sentido auténtico. El problema no es menor: un dato fuera de contexto puede ser más peligroso que su omisión.

Cito un ejemplo que me parece emblemático por lo fácil que es conectar con él como espectador. En cierto momento, se cita el ingreso mensual promedio de un mexicano según su grado de escolaridad: $6,000 pesos con preparatoria terminada, $14,000 con licenciatura y $50,000 con posgrado. La cara que cada espectador pone en ese momento de la cinta depende de su experiencia personal, por supuesto. El ingreso mensual es uno de los datos que, en un país con desigualdades tan dramáticas como es nuestro caso, no puede analizarse desde la media; el resto de medidas de tendencia central nos ayudarían a entender por qué tantos espectadores de la cinta no encontrarán lógica alguna en esos números: pensarán que es una exageración, bien por exceso, bien por defecto.

Hablando, por ejemplo, de eficiencia terminal e índices de escolaridad, se presentan algunos números del presente, sin permitir una apreciación del dato en función de su evolución histórica. No digo que eso justifique nuestro atraso, pero al menos ayuda a comprender la profundidad de la crisis: el problema del rezago no es producto de un par de sexenios desafortunados, parece más bien condición estructural de nuestro sistema.

Quizá el dato que más subraya el documental sea el porcentaje del PIB que México destina a educación, el cual desde hace tiempo se sabe es altamente competitivo con el que destinan economías mucho más sólidas que la nuestra. ¿A dónde va ese dinero? La pregunta es legítima. Más todavía: es fundamental y es muy bueno que se formule con fuerza, en voz alta. Nos obliga a pasar por  el microscopio la distribución de esa inversión (¿o es gasto?) y a poner particular énfasis en el sindicato. Supongo que eso del microscopio fue un reto insuperable para Loret, que se conformó con decir lo que cualquier reportero le habría dicho citando una nota sobre el tema en cualquiera de sus noticiarios. (Por cierto: quienes hayan visto Waiting for Superman, documental de Davis Guggenheim (2010) sobre el fracaso educativo norteamericano, notarán los tristes paralelismos entre nuestro sindicalismo y el que organiza a los maestros en la nación vecina.)

Vamos por más ejemplos. 8 de cada 10 maestros que presentan la evaluación de concurso incorporada recientemente, lo reprueban. ¿Qué significa eso? ¿Nos ofrece la película alguna manera de leer este dato? ¿En qué consiste ese examen, cómo se califica, qué significa reporbarlo? Nada. Le toca al público interpretarlo con lo que tenga a la mano.

Uno más: 4 de cada 10 detenidos son jóvenes, enfatiza el locutor. No sé qué edades abarca la juventud para esa estadística pero segundos después nos presentan imágenes y testimonios sobre menores infractores. ¿4 de cada 10 detenidos son menores de edad? Por supuesto que no, aunque la cinta parezca sugerirlo. De nuevo, la inevitable confusión ante la falta de contexto.

El colmo es que en un par de momentos de la cinta se inste a los padres de familia a basar sus decisiones y a participar del tema a partir de consultar estadísticas. ¿Qué estadísticas? ¿Deben los padres de familia asumir que una evaluación tan deficiente como ENLACE les proporciona elementos útiles para la toma de decisiones? ¿Lo cree realmente así la asociación Mexicanos Primero? Consistentes con nuestra tradición de ir una década —como mínimo— atrás del resto del mundo, seguimos creyendo que instrumentos así nos sacarán del atolladero.

Cuando insisto en que el problema educativo no puede comprenderse solo desde el presente, algunos me han respondido que De Panzazo sí hace una revisión del pasado: ahí están las imágenes y las voces de casi una decena de presidentes, además del testimonio audiovisual del inagotable discurso que Elba Esther ha sostenido a lo largo de tres décadas. ¿Acaso esas imágenes bastan para siquiera sugerir el papel que cada uno de esos sexenios ha jugado en la materia? Entiendo que no fuera ese el propósito de la película pero, entonces, ¿cuál era? ¡Ah!, cierto: recordarnos que el problema no es el dinero, sino cómo gastamos el que hay. Seguro el sector empresarial que sostiene a Mexicanos Primero nos tiene reservada una buena propuesta para administrar nuestra inversión.

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Repartir cámaras a no sé cuántos estudiantes permitió a los realizadores mostrar "lo que realmente sucede" en las escuelas. Carlos Loret no se cansa de insistir en ello. Son sus voces, afirma. Cierto, pero solo a ratos. Y filtradas por el tamiz de un realizador que sabe bien lo que quiere decir; si dar cámaras a los niños nos ayuda, mejor aún. Suponer que la mirada de algunos chicos sea la mirada objetiva, la “mirada real” se justifica solo en alguien que no tiene idea sobre el uso de los medios; así, si no es por ignorancia, afirmarlo solo puede ser producto de una dudosa intención. No hay, por supuesto, originalidad alguna en el uso de las cámaras escondidas al interior de las aulas: el recurso se ha utilizado desde hace al menos un par de décadas y todos los días tiene consecuencias de diversa índole en nuestros días. En el caso que nos ocupa, ¿ayuda este recurso a poner de manifiesto algo que ignorábamos, o simplemente ayuda a ilustrar algo que es bien sabido? Estamos ante un ejemplo más del periodismo llevado al terreno de los videos caseros con alto potencial viral en las llamadas redes sociales. Ojalá esa decisión hubiera ayudado a descubrir algo de eso que, según afirma el propio Loret al inicio de la película, ha permanecido oculto por mucho tiempo. Pero no.

Súmese a eso la absurda afirmación de que dar las cámaras a los niños permite dejar de lado la mirada del documentalista, cuando la toma en pantalla es siempre la que el realizador elige en función del discurso que busca transmitir. Se vale, por supuesto; lo que resulta cuestionable es hacerlo afirmando lo contrario.

En una entrevista escuché a Loret criticar que cuando ellos llegaban con sus cámaras a las escuelas, encontraban que todo mundo terminaba actuando, que los espacios se acomodaban para la ocasión. Montaje es justamente el que él presenta en esa secuencia en la que ridículamente busca un dato que todos le niegan. Sabemos que el dato en cuestión —el número de maestros en el país— es una reprobable interrogante y que nadie responde a la misma. Pero todos sabemos que no se oculta como se muestra en pantalla, con la negativa de guardias, conserjes y porteros que —quizá por ser parte de la mafia conspiradora— buscan bloquear el acceso al bien intencionado periodista. ¿Debemos suponer que esa grotesca e irrisoria actuación de Loret es parte de una narración que retrata la dura realidad?

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Quizá lo más lamentable en De Panzazo es la ausencia de propuesta, o al menos de una tesis clara y consistente. No digo que todo documental deba ser rigurosamente propositivo, pero es evidente que un trabajo como este, busca algo más que simplemente retratar nuestra tragedia.

Con todo lo cuestionable que pudiera haber en un documental como el citado Waiting for Superman, éste al menos se proponía una tesis central, presentando a la par de sus reflexiones sobre las evidencias del fracaso, algunas experiencias que juzga de éxito y que permitían leer al menos qué pensaba el realizador. No pretendo convertir a la cinta de Guggenheim en el referente ideal o último de un documental sobre la materia; sin embargo, con todos sus defectos, me ayuda a subrayar algunos contrastes y exponer con mayor claridad las carencias que percibo del documental Rulfo-Loret. Hablando de la dimensión propositiva, creo que si uno tiene una idea, si uno cree en algo, nada hay mejor que afirmarlo y defenderlo en serio.

De Panzazo, acorde con esos males endémicos que nos distinguen, rehúye a la afirmación de las convicciones de quienes la producen, perdiéndose así en el inmenso mar de nuestras simulaciones. Si Mexicanos Primero tiene —como muchos suponemos— algo que sugerir para enfrentar nuestros retos en materia educativa, ¡bienvenidas las propuestas! Ya uno verá si está o no de acuerdo, pero al menos sabe con qué está dialogando. En cambio, valerse de un discurso que regresa al cine a su función de propaganda, no me parece el mejor camino.

De Panzazo cierra supuestamente con sugerencias: a los estudiantes, los exhorta a no abandonar las aulas; a los padres les sugiere hacer equipo con las escuelas; a los tomadores de decisiones les invita a asumir sus responsabilidades. Todo suena muy bien, de no ser por el vacío en que se afirman esas cosas. Abarca un poco de todo y deja abiertas propuestas endebles, huecas. Todos somos responsables, afirman los realizadores. Pero todos es Fuenteovejuna, ¿cierto?

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Concluyo con un tema que no deja de revolotear en mi cabeza. Contra lo que se dice en muchos sitios, creo que lo que menos se presenta en De Panzazo es una mirada sobre el magisterio. Se le cita largamente con lugares comunes y se muestran imágenes que refuerzan el innegable y lamentable estigma que el gremio ha ido consolidando en las décadas recientes. Aparecen también, cierto, algunos maestros que sostienen el discurso esperanzado y esperanzador al que estamos en cierto modo obligados quienes nos dedicamos formalmente a educar. Pero en ese tenor, me parece que los realizadores minimizan el papel que maestras y maestros habrían de jugar en una auténtica revolución educativa.

Durante poco más de una década, he tenido oportunidad de conocer a muchos maestros en ejercicio. He tenido oportunidad de conocer su trabajo y, sobre todo, su compromiso con los niños de México. Hablo no solo de los maestros de escuelas particulares con quienes he compartido la trinchera, sino de docentes que trabajan en escuelas públicas de al menos tres entidades del país (Distrito Federal, Estado de México y Guanajuato). Con poco más de un centenar de ellos he tenido la oportunidad de reflexionar y dialogar sobre la necesidad de hacer más por nuestros alumnos; muchas de esas conversaciones han tenido lugar en escuelas con inmensas carencias y en contextos sociales dolorosísimos. Pero en todos ellos he encontrado voluntad por ser mejores y lograr mejores resultados en sus niños. Con todos ellos he insistido siempre en que la auténtica reforma educativa que necesitamos nacerá en nuestras aulas; hay mucho que podemos hacer en ese pequeño pero poderoso terreno que delimitan nuestros salones de clases. 

Ojalá algún día la política educativa de esta nación enderece el camino, mientras tanto, procuro tener presente una idea que se subraya al final de Waiting for Superman: “You can’t have a great school without great teachers”. Ahí, tenemos un amplio territorio para trabajar.

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