Nunca cuestionaría yo los motivos que oficialmente dieron origen a la Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares, popularmente conocida como ENLACE. Desde que apareció, en 2006, no tuve claro qué se habían tomado más en serio: si el diseño mismo de la prueba o la necesidad de lograr un acrónimo tan redondo para nombrarla.
Insisto: los motivos no eran solo legítimos, sino urgentes. El principal: elevar los niveles de logro en el aprendizaje de los estudiantes. El problema no fue solo que la prueba nació deforme y mal planteada, sino que jamás se implementaron verdaderas estrategias en las bases y estructuras del sistema educativo para que la prueba tuviera algún sentido.
Cierto que los instrumentos de ENLACE tuvieron mejorías con el paso de los años, pero nunca dejó de ser una prueba que medía conocimientos, la mayoría de ellos en el marco de una tradición de aprendizajes que en gran parte del mundo ha sido ampliamente superada. ENLACE pretendía contribuir a mejorar los resultados de nuestros adolescentes en la conocida prueba PISA de la OCDE, sin embargo esta última mide algo totalmente distinto: competencias lingüísticas, matemáticas y científicas que van mucho más allá de unos cuantos saberes técnicos o mecánicos. ¿Qué mejor evidencia del fracaso de ENLACE en este objetivo, que el más reciente informe PISA, donde México hace gala de un profundo estancamiento a lo largo de más de una década?
Durante 8 años he debatido con amigos sobre la excesiva importancia que a mi juicio la gente otorga a los resultados de ENLACE. He discutido con colegas que presumen que sus niños, sus grupos o sus escuelas están entre los mejor ubicados en una lista o ranking que oficialmente ya no existe y que aunque se construya con los datos de la propia SEP, nunca serán suficientemente legítimos ni comparables.
Durante mucho tiempo —y especialmente en los últimos 5 años— he intentado explicar a padres de familia de mis alumnos por qué nuestro Colegio no estuvo ni pretendió estar nunca en los mejores puntajes de la ahora extinta prueba. A mi juicio, dedicar energía a lograr escalar en una medición tan mal planteada, no es sino pérdida de tiempo y recursos. Los aceptables resultados promedio de los alumnos del Colegio que dirijo, no me han avergonzado jamás; por el contrario, celebro que lo que han logrado es producto natural de trabajar en otra dirección: el pensamiento complejo, el razonamiento verbal, matemático, científico y filosófico que en el futuro les permitirá tomar decisiones autónomas y enfrentar los retos del mundo con suficientes herramientas.
La buena noticia es que ENLACE desaparece para 2014. Lástima por los millones de pesos tirados a la basura y, sobre todo, por las largas horas que millones de niños en el país dedicaron entrenándose para una prueba con la que sus maestros y escuelas se jugaban recursos públicos o con la que los directivos de colegios privados armaban lamentables estrategias de mercadotecnia.
La mala noticia, es que nada nos garantiza que la prueba que venga a sustituir a ENLACE corregirá ese rumbo. Por supuesto, deseo firmemente que así sea. Soy escéptico por motivos políticos y pedagógicos. Entre los primeros, porque no he visto en ninguna de las iniciativas de la Reforma Educativa una auténtica convicción de querer mejorar la educación; por el contrario, encuentro en la política educativa de este sexenio una obsesión por la dimensión sindical y laboral, que no pasa realmente por la manera en que se enseña y se aprende en este país.
En cuanto a mis motivos pedagógicos, el central es mi firme creencia en la incompatibilidad profunda entre la educación auténtica y la evaluación estandarizada. Me queda claro que esta última es necesaria en el mundo que tenemos. Y, precisamente por eso, creo que no encaja con una educación que debería estar orientada a transformar ese mundo de raíz.
Por el momento, me queda esperar y en su momento decidir cómo trabajaremos con lo que nos pongan enfrente.
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