jueves, 26 de septiembre de 2013

Video: "La reforma educativa ¿y las escuelas?"

Si de veras le interesa a alguno por acá comprender mejor la complejidad del problema educativo en México y valorar con más argumentos las reformas que se están presentando en la materia, le recomiendo ampliamente este programa. Creo que encontrarán un buen análisis sobre las posibilidades y limitaciones de esto que hoy nos anuncian como la reforma que llevará al país "al lugar que se merece". Comulgo especialmente con la exposición de Ricardo Raphael, a mi juicio uno de los mejores conocedores de la materia.

Programa Tejemaneje, de Terra TV México. Participan: David Calderón y Ricardo Raphael. Conducen: Fernando del Collado y Mario Gutiérrez Vega.



Lo malo no es que una conductora de televisión se desgañite intentando defender lo indefendible. Lo preocupante es que esa persona conduzca uno de los programas más vistos en nuestro país y que, para tragedia de todos, tenga razón cuando vocifera que la gente la reconocería antes y con más esperanza que a una periodista, más allá de las simpatías o fobias ideológicas que ésta pueda provocar. Sueño el día en que el repudio a semejantes programas sea general y nuestros medios lleven contenidos más constructivos, que nos humanicen.

Sueño y, desde mi trinchera, trabajo por ese sueño.

#OtroMéxicoEsPosible

martes, 17 de septiembre de 2013

Reformar la Educación (II)

Las trampas de la calidad

Las divisiones sociales que ha subrayado la coincidencia de manifestaciones de maestros de diferentes lugares del país ante la reforma educativa, con la presentación de una propuesta para eliminar la exención de IVA a la educación privada, han desatado todo tipo de debates. Uno de ellos gira en torno a la calidad de la educación. 

Muchos de quienes envían a sus hijos a escuelas particulares, declaran que una de sus principales motivos para esta decisión es buscar una "mejor calidad educativa". Al margen de las estadísticas que citaba en la entrada anterior acerca de la población que asiste a escuelas oficiales y privadas, resulta interesante que sean familias de ingresos menores a diez mil pesos o familias que perciben 5 o 10 veces más, el argumento de la calidad siempre está presente.

Sin embargo, mediciones nacionales e internacionales sobre logro escolar, reflejan que esa diferencia en calidad es muy relativa. En el caso de escuelas con colegiaturas accesibles para la mayor parte de la clase media, ese diferencial es casi nulo. No obstante, las familias que envían a estos colegios a sus hijos no esperan que sus críos egresen siendo unas lumbreras: esperan del colegio instalaciones limpias y suficientes para la puesta en práctica de planes y programas. (Recuerdo cómo un amigo me relataba el número de colegios privados con bajas colegiaturas que surgieron en Oaxaca en los días de una de las más severas crisis magisteriales que dejaron sin clases a los niños durante meses.)

En las escuelas más caras, a las que asisten los hijos de las familias de mayores ingresos, las diferencias entre niveles de logro pueden ser razonablemente mayores en evaluaciones nacionales, pero muchas de las mediciones internacionales que miden aspectos más complejos del aprendizaje, no coinciden en ese amplio margen y, en todo caso, lo explican más por factores ajenos a las escuelas en sí mismas, como son la calidad de vida y el entorno social donde los chicos se desarrollan. 

El argumento de la calidad, pues, parece más asociado a condiciones de infraestructura que a niveles de logro efectivos, traducibles en aprendizajes significativos.


Otra vuelta el dinero

Nos guste o no, el mundo no funciona sin dinero. A los románticos idealistas nos encantaría que esto no fuera así, pero la realidad se nos impone todos los días recordándonos que con dinero baila el perro. Mientras no encontremos un nuevo paradigma, nos inclinemos a la izquierda o a la derecha, el dinero es fundamental para operar cualquier estructura, incluido el sistema educativo.

México invierte un razonable porcentaje de su Producto Interno Bruto a educación, al menos si lo calificamos a la luz de lo que invierten los países desarrollados. Si tomamos como referente a la OCDE, estamos rozando la media de los países miembros: 6.2% contra 6.3%. Invertimos proporcionalmente más que Australia o Suiza. Si nos concentramos en el porcentaje de PIB orientado a niveles de Primaria, Secundaria y Media Superior, estamos ligeramente arriba de Canadá y al mismo nivel que Estados Unidos. 

Estos números —que nos son nuevos y que poco sorprenderán a los que conocen de política educativa— muestran que el problema de México no es la cantidad de recursos, aunque a nadie caería más superar esos niveles de inversión. El problema está en la asignación y el uso que se da a los recursos. ¿Por qué nuestras escuelas públicas se encuentran en tan mal estado? ¿Por qué en muchas comunidades del País los niños tienen que llevar sus propias sillas para tomar clase? ¿Por qué las famosas cuotas en las escuelas resultan tan necesarias? Ojalá fuera todo parte de una estrategia para involucrar a las familias con la vida de la escuela. La cruda realidad es que la infraestructura, condición fundamental para hacer de un plantel escolar en un ambiente propicio para el aprendizaje, está en franco deterioro. 

Es ahí donde el Estado responsabiliza —no sin cierta dosis de razón— al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Nos dicen que el problema es que el dinero se queda atorado en burocracia que no está frente a grupo, que el dinero se reparte a discreción de los líderes. Posiblemente llevan razón quien señala eso. No me extiendo mucho en este renglón, pues parte de mis razonamientos coinciden con los expuestos en estos días por Ricardo Raphael —quien sabe más que yo y cuya elocuencia me rebasa— en su artículo "CNTE en soledad". En ese mismo artículo, el analista apunta una de las claves centrales, al menos en mi juicio, de la crisis educativa y de la insuficiencia de las reformas recién promulgadas: ¿cómo enfrentar el problema si no es desde la formación y profesionalización del maestro?


Nadie da lo que no tiene

Esta sentencia parece una obviedad, pero en el caso que nos ocupa me parece una luz muy poderosa. Ante un sistema educativo en crisis, no solo de recursos sino —sobre todo— de visión y de identidad, es natural buscar la solución en la renovación de profesorado. Suena muy bien, el asunto es, encontrar el cómo.

La flamante Ley General de Servicio Profesional Docente se perfila en una dirección que a muchos nos parece correcta: necesitamos que los maestros sean los mejores mexicanos. Así han hecho muchos países que han logrado transformarse en unas cuantas décadas. Un concurso de oposición como medio de ingreso al magisterio es esencial y muchos se preguntarán cómo es posible que tal cosa no existiera antes. Dejando de lado el complicado asunto del diseño de las evaluaciones más pertinentes, ¿cómo haremos para que sean los mejores mexicanos los que concursen por esas plazas?

Nadie da lo que no tiene. Esperar que los egresados de las licenciaturas en educación Preescolar, Primaria y Secundaria salgan listos para ese examen implica una revolución en esos semilleros, cuestión que no se ve por ningún lado en las reformas presentadas y aprobadas en tiempos recientes. Muchos critican a los maestros que "reprueban" los exámenes que se les aplican y pocos se detienen a pensar qué les están preguntando y si los elementos con los que han sido formados son realmente pertinentes y suficientes para dichas evaluaciones.

Es una realidad: tenemos un magisterio con inmensas carencias. Sin embargo, contra lo que nos han querido hacer creer algunos, esas carencias no son producto de la holgazanería o de la falta se sentido de superación. No es que esas maestras y maestros sean unos flojos o que no tengan ganas de aprender. Simplemente han sido formados en ese mismo sistema que hoy sabemos es urgente poner de cabeza para lograr resultados diferentes.

Por eso, al margen de los intereses sindicales que sin duda vulneran las reformas, el problema de fondo es encontrar los mecanismos que ayuden a profesionalizar a los maestros que hoy tenemos. Hallar caminos para dotarles de las herramientas que les permitan formar mejor a nuestros niños. Una labor de titanes que no se ve claro esté en la mira de nuestras autoridades educativas.

En estos días se ha dado un fabuloso golpe mediático para asegurarnos que la reforma educativa nos llevará "al lugar que merecemos". Me preocupa la noción de merecimiento que tenga nuestro gobierno. Me preocupa que hoy tantos hagan propias las frases de los spots que legitiman la reforma y crean que una serie de evaluaciones serán suficientes para cambiar las cosas. Por supuesto que la evaluación es necesaria, pero nunca será suficiente, pues sus resultados pueden usarse para cualquier cosa y también para su contraria. 


Reformar la educación

A lo largo de quince años que he dedicado hasta hoy a la educación, he conocido muchos maestros tanto de escuelas oficiales como de colegios privados. Me he topado con muchos oportunistas y otros tantos que están en las aulas a falta de lago mejor, según sus propias palabras. Unos y otros son los menos. En los más de los casos, he encontrado que se trata de gente con ganas de hacer de sus comunidades mejores lugares para vivir, hombres y mujeres con intención de ofrecer a sus niños lo necesario para que sean gente de bien. Sin duda, casi todos con muchas y muy grandes dificultades. 

En los últimos años he sido profesor de posgrado de muchas maestras y maestros que buscan superarse y a través de ese crecimiento ayudar más y mejor a sus niños. Hablo de docentes que trabajan en escuelas oficiales —esas que atienden a la mayoría de los niños del País, aunque a muchos les cueste trabajo entenderlo—, tanto en contextos urbanos como rurales. Confieso que muchas veces al iniciar un curso, al ver sus primeros trabajos, me pregunto cómo es que tienen un título de licenciatura y cometen tantos errores ortográficos o son incapaces de estructurar un texto con la coherencia que yo buscaría en una persona con su nivel de estudios. No he tardado en comprender que no puedo pedir peras al olmo y he aprendido que me toca ayudarles a descubrir ellos mismos el fruto que cada uno esté llamado a regalar. 

Reformar la educación en serio exige muchas cosas, pero hay dos que encuentro indispensables. La primera: dignificar la labor del maestro, lo cual implica para el México de hoy, entre otras cosas, orientar la energía en la profesionalización del magisterio que hoy está frente a grupo. La segunda, es mucho más complicada todavía: establecer un nuevo pacto entre escuela y familia. Parece elemental, sin embargo las desviaciones históricas que han marcado la historia de nuestras escuela obligan hoy a revisar ese pacto y establecer nuevas definiciones sobre la tarea que comparten las familias con las escuelas.

La tarea de profesionalizar al magisterio tiene que ser respaldada por una clara política de Estado. En cambio, el establecimiento de un nuevo pacto social en torno al papel de la escuela, difícilmente podría decretarse con reformas constitucionales; dependerá de una revolución profunda de nuestras conciencias en torno al papel que juega cada uno de nosotros en la construcción del futuro.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Reformar la Educación (I)

Lo que más me duele de las diversas reformas "estructurales" que se han venido anunciando y discutiendo en los meses recientes, es la división social que están consiguiendo. Como si el tejido social de nuestro País no estuviese suficientemente lastimado, el modo en que se están presentando los debates de ciertos temas han venido acentuando una dolorosa división de clases. Los pobres, los ricos y los clase media que no terminan de entender si están a un paso de unirse a los de abajo o de acceder finalmente al terruño de los de arriba.

La peculiar combinación de una reforma educativa que tiene en las calles a tantos manifestantes, con una reforma hacendaria que lastima intereses —y bolsillos— de una parte importante de la clase media, ha sacado a relucir un inusual debate público en torno a la escuela oficial y la educación que está en manos de los particulares. Para tristeza de muchos —entre los que me cuento— el debate no está enfocándose precisamente a cómo hacerlas mejores a ambas, sino que ha desatado cuestionamientos y reclamos mutuos, desde perspectivas las más de las veces egoístas, poco solidarias.

En estas líneas intento aprovechar que el debate se ha colado en la escena para reflexionar sobre la problemática de la educación en sus conjunto, admitiendo que mi experiencia profesional —y de vida— me permite hablar quizá con mayor conocimiento de causa de la escuela privada, aunque la pública en modo alguno me es ajena. Las ideas son muchas y trataré de exponerlas en dos partes.

En esta primera entrega, exploro primero el contexto general donde ubico el problema e intento después un acercamiento inicial al asunto del dinero.


Un problema de números

Reducir el problema de la educación a unos cuantos números es peligroso. Como en cualquier otro ámbito, el uso de indicadores para explicar la realidad o la complejidad de un problema, es siempre arriesgado y nos deja ante la posibilidad de decir lo que queramos. Según se mire, un indicador puede ayudar a una persona a defender cierta decisión mientras el mismo dato en manos de su oponente se traduciría exactamente en lo contrario.

Pese a ello, podemos admitir que con un poco de esfuerzo y apertura mental, uno puede lograr interpretaciones más legítimas que otras. Eso he intentado hacer desde el domingo que se publicó el Paquete Económico 2014: entender con base en los números presentados por el gobierno, cómo se pueden justificar ciertas propuestas. Leamos el siguiente ejemplo, del apartado donde se explica la decisión de gravar con IVA los servicios de enseñanza:

Para avanzar en el objetivo de que la incidencia del pago de impuestos se concentre en los hogares de mayores ingresos, se propone a esa Soberanía eliminar la exención en el IVA a los servicios de educación. Esta medida se plantea considerando que el 39% del gasto corriente monetario en educación de los hogares se concentra en el 10% de los hogares de mayores ingresos, mientras que sólo 1.5% corresponde al 10% de los hogares de menores ingresos.

Con esta medida se amplía la base del IVA, ya que actualmente la prestación de estos servicios está exenta y se logra mejorar la progresividad del sistema impositivo, así como contar con mayores recursos para programas de gasto público directo en favor de la población de menores ingresos.
Al final me he dado por vencido en varios casos, pues resulta evidente que los datos propuestos —al menos en el par de temas que personal y profesionalmente más me interesaban— son parciales y bastante confusos.

De acuerdo con las estadísticas de la Secretaría de Educación Pública y del INEGI, si  medimos por número de alumnos atendidos, la educación de sostenimiento privado representa alrededor de un 12 por ciento del total del país, considerando todos los niveles (básica, media superior, superior). Si centramos la mirada en educación básica (preescolar, primaria y secundaria) el porcentaje disminuye ligeramente, para rondar el 10 por ciento.

La proporción, sin embargo, no es consistente en todo el país. En el Distrito Federal, por ejemplo, se concentra un mayor número de escuelas particulares, a grado tal que éstas atienden a poco más del 20 por ciento de los alumnos de nivel Primaria. Por el contrario, en entidades como Oaxaca y Chiapas, la educación privada representa cuando mucho un 2 por ciento. 

Hablando de números, resulta interesante explorar el costo de la educación privada en el País. A lo largo y ancho del territorio nacional, es amplísima la gama de colegiaturas que cobran las instituciones, desde el Preescolar hasta el nivel de Posgrado. Uno puede pagar un programa completo de doctorado a menor costo que un par de meses de colegiatura de Primaria en ciertos colegios de la Ciudad de México.

Lamentablemente no tengo a la mano fuentes que me permitan afirmar con certeza cuál es el costo promedio de una colegiatura de Primaria o Secundaria en una escuela privada, pero lo cierto es que la media no es el mejor indicador para estos casos, siendo que en la Sierra Tarahumara operan escuelas sostenidas con recursos privados que cobran cuotas casi simbólicas a sus alumnos, mientras que algunos pagan por un ciclo escolar de preescolar más de lo que ciertos chicos pagarán por toda su educación universitaria. 

Así pues, parece claro que hablar de "las escuelas particulares" de México, como si se tratase de un conjunto relativamente homogéneo, resulta poco sensato, por no decir absurdo o ridículo.


"Vamos a poner una escuela"

No sé cuántas veces he escuchado esa propuesta de boca de familiares, amigos y desconocidos, pues hace tiempo que dejé de llevar la cuenta. Prácticamente todos los que me lo han sugerido o insinuado, se apoyan en una premisa que consideran inapelable: una escuela es muy buen negocio.

Negar que muchas escuelas son negocio —y algunas un negocio muy bueno—, sería mentir. Como también sería falso decir que todas nacen con un fin de lucro y todas buscan enriquecer a sus fundadores. También sería injusto negar que muchas de esas escuelas están aportando algo a la sociedad, supliendo en muchos casos una obligación que el Estado solo no es hoy capaz de cumplir.

Poner una escuela, como sugieren muchos, puede entonces ser buen negocio, pero está lejos de ser el más fácil. Si de hacer dinero se trata, muchos predios que hoy ocupan escuelas, serían más redituables para sus dueños si pusieran un estacionamiento o una plaza comercial. 

Quizá el asunto no debería estar en discutir la legitimidad de la educación como un modo de subsistencia o incluso de generación de riqueza. El asunto es mucho más complicado que eso. La tragedia de la escuela privada tiene mucho más que ver con la visión de mundo y el nivel de compromiso social que se inculca a los pupilos en las aulas. Claro: no niego que si ese compromiso existiera y las acciones de la escuela hicieran eco de ello con congruencia, muchas escuelas estarían obligadas a reducir los márgenes de utilidad con los que operan.

Lo cierto es que una escuela para operar, como cualquier otra institución, necesita recursos. Eso lo saben no sólo los que administran colegios privados, sino también los directores de escuelas oficiales que con frecuencia se ven en la necesidad de obrar milagros para conseguir mantener en pie las instituciones a su cargo. No más cuotas, fue uno de los principales gritos de batalla del Partido Verde durante la campaña presidencial de 2012. Reclamo legítimo a una cuestión que es inadmisible a la luz del artículo 3º constitucional, pero comprensible ante la triste realidad de las escuelas públicas del País.

De esta cuestión del dinero quisiera partir en una segunda entrega para explorar algunas ideas en torno a la calidad de la educación en ambos modelos —el público y el privado— y finalmente tratar de llamar a la urgente necesidad de vincularlos y hacerlos corresponsables.