La especulación es una de las artes más difundidas en nuestros días. No es entonces extraño que tal arte se practique con especial ahínco en sociedades donde la incertidumbre es cosa de todos los días. Así, a unas horas de que entre en funciones el relevo del Poder Ejecutivo en México, los tableros de las apuestas se centran en especular sobre los futuros Secretarios de Estado.
Mientras escribo estas líneas, faltan menos de 24 horas para conocer a quien encabezará la cartera de Educación en los próximos (¿seis?) años. En las columnas políticas y en los debates de la comentocracia suenan nombres muy diversos: Emilio Chuayffet, José Natividad González, Rafael Tovar y de Teresa, Aurelio Nuño Mayer... Hay incluso quienes ven ahí a Rosario Robles.
Lo cierto es que llegue quien llegue, es poco probable que el próximo titular de la Secretaría de Educación Pública sea el humanista educador que tantos anhelan desde hace tiempo. Cada vez que se nombra a un ministro en esta materia, surgen de todos los rincones reclamos de que no se nombre a un experto en educación. Basta sin embargo un vistazo a la lista de quienes han ocupado esa posición desde la creación de la Secretaría de Instrucción Pública, en tiempos de Don Porfirio, para darse cuenta que rara vez hemos tenido un Secretario Maestro o un Secretario Educador.
Por supuesto: tres nombres célebres se citan cada vez que uno necesita descalificar al nuevo secretario en turno: Justo Sierra (nombrado por Díaz en la entonces nueva dependencia), José Vasconcelos (quien ocupara el cargo en tiempos de Obregón) y Torres Bodet (pionero de la alfabetización en nuestro País durante los gobiernos de Ávila Camacho y López Mateos). También es bien valorado el paso de Jesús Reyes Heroles (bajo la sombría presidencia de Miguel de la Madrid). Estos nombres, respaldados sin duda por méritos propios y por sólidas aportaciones a la educación de los mexicanos, imponen siempre una sombra a los políticos y tecnócratas que han desfilado por la fundamental dependencia.
En sentido estricto, si bien ejercieron la docencia, ni siquiera estos célebres personajes tenían en sentido estricto formación docente. Acaso lo más cercano a un Secretario Maestro sea el caso del profesor Moisés Sáenz, quien tuviera un efímero paso por el despacho como "Secretario encargado" en 1928. Sáenz era normalista y su aportación al Sistema Educativo Mexicano no es menor: a él debemos en buena medida la introducción de lo que hoy conocemos como Educación Secundaria (entonces Segunda Enseñanza), además de un significativo impulso a programas indigenistas.
Nada nuevo digo afirmando que el problema educativo en México es grave y merece intervención urgente. ¿Qué perfil debe tener quien encabece semejante esfuerzo? Sin duda se agradecería alguien con experiencia probada en el ámbito educativo. Pero es evidente que tal cosa no es suficiente. Y quizá ni siquiera sea necesaria. Nos guste o no, transformar las estructuras putrefactas que sostienen nuestro sistema educativo, exige en primer lugar gestión política, negociación, mano firme, claridad de miras. Pienso en los maestros que considero ideales para las aulas hoy en nuestro complejo contexto: maestros que, con o sin formación docente, son capaces de recuperar lo mejor de la "vieja escuela" a la vez que se mantienen abiertos a la innovación y son sensibles a las necesidades de un futuro que se nos hizo presente sin que estuviéramos suficientemente alertas. Un maestro así me gustaría ver en la Secretaría de Educación Pública, sin importar en qué campo esté titulado.
Adenda. No mencioné el caso de un normalista que encabezó la SEP: José Ángel Pescador fue brevemente secretario de Salinas, sustituyendo a Zedillo cuando éste dejó el cargo en 1994 para ir a la campaña presidencial.
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