sábado, 15 de diciembre de 2012

¿Qué nos queda?

"No queda espacio para pensarnos la educación en los términos que nos la hemos pensado, en los términos en los que la estamos explorando la mayoría. ¿Qué queda? A bote pronto se me ocurren dos salidas: esperar la catástrofe (que al menos algunos intuimos) o adelantarse y poner patas arriba lo que tenemos y estamos construyendo hoy. La conciencia de nuestra finitud puede hacer perfectamente viables las dos: postergar el fin, dejar que suceda a los que vienen; o esforzarse y encontrar en ello una alegría. Optar por una u otra es, creo, algo casi constitutivo de cada persona. Los que tendemos a lo segundo, no cejaremos en transmitir la idea de que el esfuerzo merece la pena. Lo que necesitamos en todo caso es pensarnos bien un ideal que lo legitime. EPC"
Apunte registrado en abril de 2008.

El apunte es mío. Lo encontré hace un rato mientras buscaba ideas para argumentar una ponencia que estoy preparando para presentar en enero. Leo lo que escribí en aquella primavera catalana y descubro muchas cosas. Descubro que pese a la contundencia de una realidad que no me gustaba, me ubicaba entre los que están dispuestos a esforzarse por hacer algo diferente. ¡Qué contraste con el derrotismo que me invade en días más recientes! Quizá sea el otoño. La caída de las hojas. Viene el invierno y éste siempre me ha parecido una buena oportunidad para renacer.

viernes, 14 de diciembre de 2012

¿Por qué no me gusta la "Reforma Educativa"?

Algo debo agradecerle a la estrategia política con que arranca Enrique Peña Nieto su sexenio: colocar la educación en un lugar privilegiado dentro de la agenda pública. Puede parecer poca cosa, pues es verdad que el tema lleva presente en el imaginario colectivo muchos años. Quizá por eso no comparto el entusiasmo de muchos que en la comentocracia aplauden la iniciativa de reforma, como si en verdad estuviéramos a la puerta de una revolución regeneradora en la materia.
Reconozco que la iniciativa tiene el mérito de ir en una dirección que parece correcta en la relación con los trabajadores de la educación y con la necesidad de contar con organismos autónomos que ayuden a aproximarnos a una imagen más cercana a la realidad que vive nuestro sistema educativo. Sin embargo —sí, siempre tengo un sin embargo— me inquieta la manera en que esa iniciativa se formula y no comparto las razones que en el fondo la sustentan. ¿Diríamos entonces que no me gusta? Sí: no me gusta la llamada “reforma educativa”. 
Lamentablemente, el maniqueísmo dominante conducirá a que las palabras anteriores basten para que se me considere defensor del “poder fáctico” del Sindicato o “izquierdoso” que está en contra de todo. Ni lo uno, ni lo otro. Si el lector me da oportunidad, en las siguientes líneas intentaré describir por qué me parece equivocado lanzar campanas al vuelo en la materia.

La educación es una prioridad indiscutible para México. No lo digo yo: parecen decirlo todos cuando en prácticamente cualquier círculo se reconoce que no existe solución a nuestros problemas que no pase por la educación. Claro: qué entendemos por educación es ya un asunto para discutirse, pues hay quien piensa en valores familiares, quien tiene la mira en contenidos curriculares y quien centra su atención en eso que ahora llaman “educación para la vida”, aunque algunos la vemos más cerca de ser “educación para el trabajo productivo” —y, claro, muchos me dirán que la vida es justamente eso: trabajo productivo; cada quién—. 
Siendo la educación un tema que produce consenso en casi todos los círculos —aunque por diversas razones—, resulta indiscutible el acierto político en la estrategia de comunicación de un gobierno que aspira a legitimarse en medio de una sociedad dividida. Difícil ignorar además que el terreno para una iniciativa en este sentido venía preparándose con bastante tiempo y con apoyo de ciertos sectores. ¿Que los mexicanos estamos conformes con la educación que recibimos? ¡Cómo va a ser eso! Para que no haya dudas, ya vino un presentador de noticias que a veces se viste de periodista, se puso la gorra de experto en materia educativa y nos demostró que nuestro sistema educativo pasa solo de panzazo. Bien, ahora sí, todo listo: tenemos la reforma que necesitábamos: por fin armar un sistema que premie el esfuerzo y la calidad de los maestros, que acabe con los privilegios, que nos permita saber cuántos maestros hay en México... ¿De verdad?
He leído puntualmente el documento que presentó Peña a la Cámara de Diputados y el documento del Pacto firmado con los líderes de los Partidos Políticos. Este último contiene siete compromisos particulares en materia educativa y dos más que se relacionan con este ámbito aunque aparecen cada uno en otros dos apartados del documento: uno en Cultura y otro más en Derechos Humanos. La iniciativa de reforma se centra en dos de estos nueve compromisos: primero, el Sistema de Información y Gestión Educativa y, segundo, la autonomía del Instituto Nacional de Evaluación. 
La propuesta del gobierno de Peña parte de un diagnóstico bastante llevado y traído —muy “consensado”, para ser políticamente más correcto—, y termina proponiendo puntuales reformas al artículo 3º de la Carta Magna. Uno de ellos se refiere a la fracción tercera, que contendría el siguiente texto:
“Adicionalmente el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan. La ley reglamentaria de este artículo fijará los términos para el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia en el servicio. Serán nulos todos los ingresos y promociones que no sean otorgados conforme a la ley;
Para lograr que esto se materialice, el artículo quinto transitorio del decreto propuesto manda en su fracción primera:
“La creación de un Sistema de Información y Gestión Educativa. Al efecto, durante el año 2013 el Instituto Nacional de Estadística y Geografía realizará un censo de escuelas, maestros y alumnos, que permita a la autoridad tener en una sola plataforma los datos necesarios para la operación del sistema educativo y que, a su vez, permita una comunicación directa entre los directores de escuela y las autoridades educativas”
Posiblemente diga una tontería, pero me arriesgo: ¿ignoramos realmente cuántos maestros hay en el país? ¿O ignoramos cuántos “trabajadores de la educación” están adscritos al Sindicato y tienen asignadas tareas en las escuelas públicas? Insisto, quizá la distinción que plateo sea irrelevante, pero es algo que me cuestiono hace tiempo. Existen en todo el país sistemas que registran la información relacionada con los alumnos: sus datos personales, el grado que cursan, sus calificaciones. Ese mismo sistema que las escuelas alimentan cada año, exige el registro de los maestros asignados a cada grupo (en Preescolar y Primaria) y a cada asignatura (en Secundaria). ¿No arroja ese sistema un número? Claro, entiendo bien que los “maestros” que falta contar son todos esos otros asignados a “comisiones” y que desempeñan otro tipo de actividades, cobrando como maestros. Es ahí donde, naturalmente, el censo que necesitaríamos, no cuadra.
No quiero ser pesimista, pero una de mis dudas es si el Sistema de Información y Gestión Educativa propuesto en la iniciativa, logrará arrojar los datos que necesitamos. Mi temor es que el Sistema termine contando solo parte de la historia y que esos “trabajadores de la educación” resulten inmunes al censo. Y confieso que mi temor se refuerza cuando leo —en un amplísimo documento dado a conocer esta semana— la simpatía con que el Sindicato recibió la propuesta.
Al margen de mi suspicacia, admito que la propuesta, al menos en esta dimensión, enciende una luz en medio de la penumbra que rodea a la educación en este País. Resumiría diciendo que dudo de lo propuesto por la manera en que se formula. Me parece más una manera de buscar los aplausos de ciertos círculos, mandar señales para la comentocracia, que pronto se ha encargado de aplaudir y alabar al titular del ejecutivo, posicionando —como dicen los mercadólogos— cierta imagen del nuevo gobierno de cada a la innegable crisis educativa que padecemos.
Quizá lo que más me molesta de toda esta “reforma educativa” es justamente que la llamen así. Es, en todo caso, una reforma a ciertas estructuras sobre las cuales se organiza el sistema escolarizado. Pero no alcanzo a ver mucho más. Claro, se definen también ciertas líneas para afinar los motores en dirección a egresar mano de obra más calificada, en todos los niveles: el mundo demanda de México otro tipo de formación si queremos producir la riqueza que se espera de nosotros.
En mi lectura de la reforma y el Pacto he buscando qué tipo de educación buscan estos movimientos. No dicen mucho al respecto, pero sí señalan que el principal reto es claro: “elevar la calidad de la educación de los mexicanos para prepararlos mejor como ciudadanos y como personas productivas”. La palabrita calidad me produce habitualmente dolor de cabeza hablando de educación. ¿Qué entendemos por educación y cómo medir su calidad? Para el Gobierno Federal quizá no esté claro un concepto de lo primero, pero sí cómo evaluar lo segundo: el aumento de calidad debe reflejarse “en mejores resultados en las evaluaciones internacionales como PISA”. Es decir, en la prueba PISA y... ¿en cuál otra? ¿Qué significa tener a la OCDE como referente absoluto de calidad educativa?
Me preocupa —y me preocupa en serio— que hoy decir cualquier cosa que cuestione los sistemas de evaluación estandarizada —sea internacionales, como PISA, o nacionales, como ENLACE— sea considerado señal de poco compromiso con la educación. Yo mismo he tenido que enfrentar con frecuencia severos señalamientos cada vez que he cuestionado el sentido de tales pruebas: rehuir de ellas es no querer enfrentarse a la evaluación, no estar dispuesto a rendir cuentas. ¿De verdad pueden sostenerse semejantes juicios con argumentos pedagógicos? ¿No sucede más bien lo contrario?

Celebro que estemos a las puertas de una reforma para que las plazas de maestros puedan quedar realmente en manos de quienes las merecen. Celebro que se cuente con organismos especializados en la materia. Me inquieta lo que sostiene estas reformas. Me inquieta que las nuevas estructuras solo sirvan para fortalecer un sistema educativo interesado en egresar personas productivas. Me inquieta que señalar solo pueda leerse como signo de resistencia al cambio o la transparencia: que cuestionar una reforma así signifique estar en contra de una mejor educación para todos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Esperando al Secretario Maestro

La especulación es una de las artes más difundidas en nuestros días. No es entonces extraño que tal arte se practique con especial ahínco en sociedades donde la incertidumbre es cosa de todos los días. Así, a unas horas de que entre en funciones el relevo del Poder Ejecutivo en México, los tableros de las apuestas se centran en especular sobre los futuros Secretarios de Estado.

Mientras escribo estas líneas, faltan menos de 24 horas para conocer a quien encabezará la cartera de Educación en los próximos (¿seis?) años. En las columnas políticas y en los debates de la comentocracia suenan nombres muy diversos: Emilio Chuayffet, José Natividad González, Rafael Tovar y de Teresa, Aurelio Nuño Mayer... Hay incluso quienes ven ahí a Rosario Robles.

Lo cierto es que llegue quien llegue, es poco probable que el próximo titular de la Secretaría de Educación Pública sea el humanista educador que tantos anhelan desde hace tiempo. Cada vez que se nombra a un ministro en esta materia, surgen de todos los rincones reclamos de que no se nombre a un experto en educación. Basta sin embargo un vistazo a la lista de quienes han ocupado esa posición desde la creación de la Secretaría de Instrucción Pública, en tiempos de Don Porfirio, para darse cuenta que rara vez hemos tenido un Secretario Maestro o un Secretario Educador.

Por supuesto: tres nombres célebres se citan cada vez que uno necesita descalificar al nuevo secretario en turno: Justo Sierra (nombrado por Díaz en la entonces nueva dependencia), José Vasconcelos (quien ocupara el cargo en tiempos de Obregón) y Torres Bodet (pionero de la alfabetización en nuestro País durante los gobiernos de Ávila Camacho y López Mateos). También es bien valorado el paso de Jesús Reyes Heroles (bajo la sombría presidencia de Miguel de la Madrid). Estos nombres, respaldados sin duda por méritos propios y por sólidas aportaciones a la educación de los mexicanos, imponen siempre una sombra a los políticos y tecnócratas que han desfilado por la fundamental dependencia.

En sentido estricto, si bien ejercieron la docencia, ni siquiera estos célebres personajes tenían en sentido estricto formación docente. Acaso lo más cercano a un Secretario Maestro sea el caso del profesor Moisés Sáenz, quien tuviera un efímero paso por el despacho como "Secretario encargado" en 1928. Sáenz era normalista y su aportación al Sistema Educativo Mexicano no es menor: a él debemos en buena medida la introducción de lo que hoy conocemos como Educación Secundaria (entonces Segunda Enseñanza), además de un significativo impulso a programas indigenistas.

Nada nuevo digo afirmando que el problema educativo en México es grave y merece intervención urgente. ¿Qué perfil debe tener quien encabece semejante esfuerzo? Sin duda se agradecería alguien con experiencia probada en el ámbito educativo. Pero es evidente que tal cosa no es suficiente. Y quizá ni siquiera sea necesaria. Nos guste o no, transformar las estructuras putrefactas que sostienen nuestro sistema educativo, exige en primer lugar gestión política, negociación, mano firme, claridad de miras.  Pienso en los maestros que considero ideales para las aulas hoy en nuestro complejo contexto: maestros que, con o sin formación docente, son capaces de recuperar lo mejor de la "vieja escuela" a la vez que se mantienen abiertos a la innovación y son sensibles a las necesidades de un futuro que se nos hizo presente sin que estuviéramos suficientemente alertas. Un maestro así me gustaría ver en la Secretaría de Educación Pública, sin importar en qué campo esté titulado.

Adenda. No mencioné el caso de un normalista que encabezó la SEP: José Ángel Pescador fue brevemente secretario de Salinas, sustituyendo a Zedillo cuando éste dejó el cargo en 1994 para ir a la campaña presidencial.

martes, 27 de noviembre de 2012

El rol del docente y el uso de la tecnología


Es frecuente escuchar en diferentes ámbitos, voces denunciando que al docente se le exigen demasiadas cosas. Si bien puede haber algo de cierto, también tengo la impresión de que la docencia es algo que se resiste con mucha frecuencia a la innovación. Al ser la Escuela una de las instituciones encargadas de transmitir la cultura y valores de una sociedad, parece que el afán de perpetuar ciertas cosas nos lleva a resistirnos a muchos cambios. Sonará a lugar común, pero tengo la impresión de que mientras el mundo cambia —y con cualquier actividad o profesión— la docencia con frecuencia insiste en la resistencia.

En la sociedad del conocimiento, creo que el rol del docente debería ser muy distinto al de la sociedad industrial; pienso que el docente debe ser hoy un generador de contenidos, un generador de materiales, un diseñador de experiencias. Para ello, necesita seguramente el soporte de dispositivos y herramientas tecnológicas a través de las cuales  contribuir a la construcción de aprendizaje de los alumnos.

Lamentablemente, me parece común que se vea esa idea como una carga más de trabajo, lo cual se traduce en resistencia a ser  nosotros los generadores de las experiencias que habrán de ayudar a formar a los alumnos. Existen hoy tantas propuestas que nos ofrecen planeaciones anuales, semanales y diarias pre-cargadas en cuadernillos, tabletas y sitios web, que se supone no deberíamos preocuparnos más que por administrar esos contenidos. ¿Es ese el gran cambio de rol del docente?

Con frecuencia escucho que se dice que los maestros se resisten a aceptar cambios tecnológicos. A algunos quizá sí les sucede, pero hoy yo veo más bien lo contrario: nos gusta usar la tecnología, pero solo como administradores de contenidos, no como generadores de los mismos. 

En pocas líneas quizá estoy soltando quizá demasiadas ideas. Mi intención es invitarles a compartir ideas sobre esta evolución de nuestro rol. ¿Qué tan importante es esto de usar tecnologías? ¿Qué implica hoy generar experiencias de aprendizaje? ¿Cómo convencernos de la necesidad de comprometernos más con ese diseño y no ser solo reproductores de lo que diseñan otros para nosotros? ¿Qué implica para un equipo docente ser generador de contenidos y no solo gestor o administrador de un programa? Dejo las ideas aquí por si alguno quiere sumar reflexiones y propuestas al respecto.

Nota: Este texto surge a partir de una comunidad de indagación docente en el colegio donde trabajo. Me pareció pertinente compartirlo aquí y con los amigos de SMCMX-Educación, como un intento de ampliar la comunidad de reflexión al respecto. 

martes, 13 de marzo de 2012

Del "Panzazo" a la reflexión bien informada

Hace unos días supe que se realizaría este encuentro, pero no tenía oportunidad de asistir. Gracias a la tecnología hoy pude escuchar las reflexiones ahí expuestas; en congruencia con mis comentarios recientes, me parecía imperativo compartirlo.


Del "Panzazo" a la reflexión bien informada. Discutamos nuestras posturas from FFyL-UNAM on Vimeo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Sobre el panzazo


Han pasado ya varios días desde que compartí mis primeras impresiones acerca de la película De Panzazo. En este tiempo he tenido ocasión de leer diversas opiniones acerca de la cinta y con el paso de los días me he visto obligado a reconocer que mi entusiasmo inicial por compartir algunas ideas, me llevó a ser ingenuamente optimista al afirmar que se trataba de un documental que era necesario —o al menos conveniente— ver, con el fin de analizarlo y reflexionar sobre un tema que —indiscutiblemente, eso sí— merece toda nuestro interés. Más aún: me parecía que De Panzazo, con todos sus defectos, nos ofrecía una oportunidad dorada para dialogar y poner a debate las políticas educativas que sostienen y movilizan a nuestro sistema educativo. En mi ingenuidad, pasé por alto la sorprendente credibilidad que tiene Carlos Loret de Mola en un amplio sector de la población; esa posición, legitimada con un cineasta como Juan Carlos Rulfo en la cámara y con la aparición a cuadro de personajes como la politóloga Denise Dresser o, más aún, la investigadora educativa Silvia Shmelkes, ha conseguido que para muchos las afirmaciones contenidas en De Panzazo sean consideradas verdades absolutas e incuestionables. Peor todavía: como anticipaba en mi texto anterior, no faltan quienes por haber visto la película de menos de 80 minutos, opinan cual grandes conocedores de la materia y descalifican a cualquiera que trata de dialogar con argumentos. Para mi desgracia, trabajar en el sector educativo pesa en contra: si uno critica la producción de Mexicanos Primero parece que solo hay dos explicaciones: o uno quiere defender a Elba Esther y a los maestros “revoltosos” o, en el mejor de los casos, uno no está dispuesto a reconocer su responsabilidad en el tema. Tragedias del maniqueísmo que tan bien se nos da.

En este contexto, me pensé mucho volver a escribir sobre el tema. Y decido hacerlo porque me resulta necesario; porque estoy seguro que alguno habrá que esté dispuesto a ver De Panzazo con mirada crítica o al menos aceptar una especie de derecho de réplica de aquellos que, participando a diario en el ámbito educativo, no nos sentimos representados por lo que ahí se muestra. Más aún: creemos que para hablar de la educación en México, sería necesario debatir, sumar argumentos y construir propuestas.

No pretendo con estas líneas convencer a otros de mis convicciones o mis percepciones acerca de la película. (En todo caso, tengo claro que a los radicales no hay modo de convencerlos.) Pretendo, eso sí, llamar la atención sobre cuestiones que me parecen delicadas y que merecen un mínimo de seriedad y un máximo de racionalidad democrática. Pretendo, pues, poner sobre la mesa algunas cuestiones con la esperanza de que quien las lea pueda sumarlas al conjunto de elementos disponibles, hacer sus valoraciones y emitir sus propios juicios.

Reconocía hace unas semanas que De Panzazo tiene un mérito: hacer de la educación no solo un tema de interés público sino colocarlo en la agenda del interés del público. Acusa con justicia el innegable daño que Elba Esther, a través del sindicato, ha causado a nuestro sistema educativo. Lamento, sin embargo, que ese mérito se vea acompañado de tantas carencias que terminan convirtiendo a la película en un peligro para la deliberación, reflejando las mismas carencias que denuncia: muestra una manera fácil de hacer “periodismo”, una fórmula de “investigación” que se queda en la superficie, que opta por el atractivo mediático, que a base de reduccionismos y posturas maniqueas pretende crear en el espectador la impresión de que conoce suficiente sobre el tema. Sin embargo, no aporta elementos para la construcción.

Al dejar expuestas tantas ideas por encimita, De Panzazo exige una lectura crítica, como tendríamos que hacer ante cualquier programa que pretende “informar” o “mostrar la realidad”, sea lo que sea lo que esto signifique. Así, la cinta llama a que se contesten ciertos "argumentos" o mensajes que los realizadores envían a su audiencia, en la mayoría de los casos como si se tratara de verdades absolutas.

En las siguientes líneas pretendo centrarme en tres grandes problemas que encuentro en De Panzazo: la falta de contexto de sus pocos argumentos, la presentación de su narrativa a través de una falsa objetividad  y la ausencia de una propuesta o tesis que ayude al espectador a saber qué pretendían los realizadores.

§

De Panzazo pretende ofrecer una imagen del fracaso de nuestro sistema educativo citando datos e insertando testimonios que podrían aportar mucho, pero lo hace sin situarlos en un contexto que contribuya a darles un sentido auténtico. El problema no es menor: un dato fuera de contexto puede ser más peligroso que su omisión.

Cito un ejemplo que me parece emblemático por lo fácil que es conectar con él como espectador. En cierto momento, se cita el ingreso mensual promedio de un mexicano según su grado de escolaridad: $6,000 pesos con preparatoria terminada, $14,000 con licenciatura y $50,000 con posgrado. La cara que cada espectador pone en ese momento de la cinta depende de su experiencia personal, por supuesto. El ingreso mensual es uno de los datos que, en un país con desigualdades tan dramáticas como es nuestro caso, no puede analizarse desde la media; el resto de medidas de tendencia central nos ayudarían a entender por qué tantos espectadores de la cinta no encontrarán lógica alguna en esos números: pensarán que es una exageración, bien por exceso, bien por defecto.

Hablando, por ejemplo, de eficiencia terminal e índices de escolaridad, se presentan algunos números del presente, sin permitir una apreciación del dato en función de su evolución histórica. No digo que eso justifique nuestro atraso, pero al menos ayuda a comprender la profundidad de la crisis: el problema del rezago no es producto de un par de sexenios desafortunados, parece más bien condición estructural de nuestro sistema.

Quizá el dato que más subraya el documental sea el porcentaje del PIB que México destina a educación, el cual desde hace tiempo se sabe es altamente competitivo con el que destinan economías mucho más sólidas que la nuestra. ¿A dónde va ese dinero? La pregunta es legítima. Más todavía: es fundamental y es muy bueno que se formule con fuerza, en voz alta. Nos obliga a pasar por  el microscopio la distribución de esa inversión (¿o es gasto?) y a poner particular énfasis en el sindicato. Supongo que eso del microscopio fue un reto insuperable para Loret, que se conformó con decir lo que cualquier reportero le habría dicho citando una nota sobre el tema en cualquiera de sus noticiarios. (Por cierto: quienes hayan visto Waiting for Superman, documental de Davis Guggenheim (2010) sobre el fracaso educativo norteamericano, notarán los tristes paralelismos entre nuestro sindicalismo y el que organiza a los maestros en la nación vecina.)

Vamos por más ejemplos. 8 de cada 10 maestros que presentan la evaluación de concurso incorporada recientemente, lo reprueban. ¿Qué significa eso? ¿Nos ofrece la película alguna manera de leer este dato? ¿En qué consiste ese examen, cómo se califica, qué significa reporbarlo? Nada. Le toca al público interpretarlo con lo que tenga a la mano.

Uno más: 4 de cada 10 detenidos son jóvenes, enfatiza el locutor. No sé qué edades abarca la juventud para esa estadística pero segundos después nos presentan imágenes y testimonios sobre menores infractores. ¿4 de cada 10 detenidos son menores de edad? Por supuesto que no, aunque la cinta parezca sugerirlo. De nuevo, la inevitable confusión ante la falta de contexto.

El colmo es que en un par de momentos de la cinta se inste a los padres de familia a basar sus decisiones y a participar del tema a partir de consultar estadísticas. ¿Qué estadísticas? ¿Deben los padres de familia asumir que una evaluación tan deficiente como ENLACE les proporciona elementos útiles para la toma de decisiones? ¿Lo cree realmente así la asociación Mexicanos Primero? Consistentes con nuestra tradición de ir una década —como mínimo— atrás del resto del mundo, seguimos creyendo que instrumentos así nos sacarán del atolladero.

Cuando insisto en que el problema educativo no puede comprenderse solo desde el presente, algunos me han respondido que De Panzazo sí hace una revisión del pasado: ahí están las imágenes y las voces de casi una decena de presidentes, además del testimonio audiovisual del inagotable discurso que Elba Esther ha sostenido a lo largo de tres décadas. ¿Acaso esas imágenes bastan para siquiera sugerir el papel que cada uno de esos sexenios ha jugado en la materia? Entiendo que no fuera ese el propósito de la película pero, entonces, ¿cuál era? ¡Ah!, cierto: recordarnos que el problema no es el dinero, sino cómo gastamos el que hay. Seguro el sector empresarial que sostiene a Mexicanos Primero nos tiene reservada una buena propuesta para administrar nuestra inversión.

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Repartir cámaras a no sé cuántos estudiantes permitió a los realizadores mostrar "lo que realmente sucede" en las escuelas. Carlos Loret no se cansa de insistir en ello. Son sus voces, afirma. Cierto, pero solo a ratos. Y filtradas por el tamiz de un realizador que sabe bien lo que quiere decir; si dar cámaras a los niños nos ayuda, mejor aún. Suponer que la mirada de algunos chicos sea la mirada objetiva, la “mirada real” se justifica solo en alguien que no tiene idea sobre el uso de los medios; así, si no es por ignorancia, afirmarlo solo puede ser producto de una dudosa intención. No hay, por supuesto, originalidad alguna en el uso de las cámaras escondidas al interior de las aulas: el recurso se ha utilizado desde hace al menos un par de décadas y todos los días tiene consecuencias de diversa índole en nuestros días. En el caso que nos ocupa, ¿ayuda este recurso a poner de manifiesto algo que ignorábamos, o simplemente ayuda a ilustrar algo que es bien sabido? Estamos ante un ejemplo más del periodismo llevado al terreno de los videos caseros con alto potencial viral en las llamadas redes sociales. Ojalá esa decisión hubiera ayudado a descubrir algo de eso que, según afirma el propio Loret al inicio de la película, ha permanecido oculto por mucho tiempo. Pero no.

Súmese a eso la absurda afirmación de que dar las cámaras a los niños permite dejar de lado la mirada del documentalista, cuando la toma en pantalla es siempre la que el realizador elige en función del discurso que busca transmitir. Se vale, por supuesto; lo que resulta cuestionable es hacerlo afirmando lo contrario.

En una entrevista escuché a Loret criticar que cuando ellos llegaban con sus cámaras a las escuelas, encontraban que todo mundo terminaba actuando, que los espacios se acomodaban para la ocasión. Montaje es justamente el que él presenta en esa secuencia en la que ridículamente busca un dato que todos le niegan. Sabemos que el dato en cuestión —el número de maestros en el país— es una reprobable interrogante y que nadie responde a la misma. Pero todos sabemos que no se oculta como se muestra en pantalla, con la negativa de guardias, conserjes y porteros que —quizá por ser parte de la mafia conspiradora— buscan bloquear el acceso al bien intencionado periodista. ¿Debemos suponer que esa grotesca e irrisoria actuación de Loret es parte de una narración que retrata la dura realidad?

§

Quizá lo más lamentable en De Panzazo es la ausencia de propuesta, o al menos de una tesis clara y consistente. No digo que todo documental deba ser rigurosamente propositivo, pero es evidente que un trabajo como este, busca algo más que simplemente retratar nuestra tragedia.

Con todo lo cuestionable que pudiera haber en un documental como el citado Waiting for Superman, éste al menos se proponía una tesis central, presentando a la par de sus reflexiones sobre las evidencias del fracaso, algunas experiencias que juzga de éxito y que permitían leer al menos qué pensaba el realizador. No pretendo convertir a la cinta de Guggenheim en el referente ideal o último de un documental sobre la materia; sin embargo, con todos sus defectos, me ayuda a subrayar algunos contrastes y exponer con mayor claridad las carencias que percibo del documental Rulfo-Loret. Hablando de la dimensión propositiva, creo que si uno tiene una idea, si uno cree en algo, nada hay mejor que afirmarlo y defenderlo en serio.

De Panzazo, acorde con esos males endémicos que nos distinguen, rehúye a la afirmación de las convicciones de quienes la producen, perdiéndose así en el inmenso mar de nuestras simulaciones. Si Mexicanos Primero tiene —como muchos suponemos— algo que sugerir para enfrentar nuestros retos en materia educativa, ¡bienvenidas las propuestas! Ya uno verá si está o no de acuerdo, pero al menos sabe con qué está dialogando. En cambio, valerse de un discurso que regresa al cine a su función de propaganda, no me parece el mejor camino.

De Panzazo cierra supuestamente con sugerencias: a los estudiantes, los exhorta a no abandonar las aulas; a los padres les sugiere hacer equipo con las escuelas; a los tomadores de decisiones les invita a asumir sus responsabilidades. Todo suena muy bien, de no ser por el vacío en que se afirman esas cosas. Abarca un poco de todo y deja abiertas propuestas endebles, huecas. Todos somos responsables, afirman los realizadores. Pero todos es Fuenteovejuna, ¿cierto?

§

Concluyo con un tema que no deja de revolotear en mi cabeza. Contra lo que se dice en muchos sitios, creo que lo que menos se presenta en De Panzazo es una mirada sobre el magisterio. Se le cita largamente con lugares comunes y se muestran imágenes que refuerzan el innegable y lamentable estigma que el gremio ha ido consolidando en las décadas recientes. Aparecen también, cierto, algunos maestros que sostienen el discurso esperanzado y esperanzador al que estamos en cierto modo obligados quienes nos dedicamos formalmente a educar. Pero en ese tenor, me parece que los realizadores minimizan el papel que maestras y maestros habrían de jugar en una auténtica revolución educativa.

Durante poco más de una década, he tenido oportunidad de conocer a muchos maestros en ejercicio. He tenido oportunidad de conocer su trabajo y, sobre todo, su compromiso con los niños de México. Hablo no solo de los maestros de escuelas particulares con quienes he compartido la trinchera, sino de docentes que trabajan en escuelas públicas de al menos tres entidades del país (Distrito Federal, Estado de México y Guanajuato). Con poco más de un centenar de ellos he tenido la oportunidad de reflexionar y dialogar sobre la necesidad de hacer más por nuestros alumnos; muchas de esas conversaciones han tenido lugar en escuelas con inmensas carencias y en contextos sociales dolorosísimos. Pero en todos ellos he encontrado voluntad por ser mejores y lograr mejores resultados en sus niños. Con todos ellos he insistido siempre en que la auténtica reforma educativa que necesitamos nacerá en nuestras aulas; hay mucho que podemos hacer en ese pequeño pero poderoso terreno que delimitan nuestros salones de clases. 

Ojalá algún día la política educativa de esta nación enderece el camino, mientras tanto, procuro tener presente una idea que se subraya al final de Waiting for Superman: “You can’t have a great school without great teachers”. Ahí, tenemos un amplio territorio para trabajar.

domingo, 4 de marzo de 2012

Pasa de panzazo


Tenía que verla antes de opinar al respecto. Y finalmente lo logré. Como esperaba, desde el primer minuto aparecieron en la pantallas (o en este caso, a través de las bocinas) pautas para reflexionar y debatir. Me pase la película entera tomando apuntes. ¿Una entrada breve para el blog? Imposible. Es tanto lo que me siento obligado a compartir después de ver el documental dirigido por Juan Carlos Rulfo y codirigido por Carlos Loret de Mola. Necesito sentarme con calma, ordenar las ideas, estructurar un documento que me permita poner en diálogo las reflexiones. Eso me tomará un poco de tiempo. Mientras, amigos y colegas me piden una opinión sobre la película. Para ellas y ellos, sintetizo aquí mis conclusiones, aunque admito que hará falta colocar sobre la mesa algunos argumentos que las sustenten, cuestión que me propongo para el transcurso de la semana.

Como punto de partida, recurro a la trillada fórmula de lo bueno, lo malo y lo peor. Primero: es bueno que el tema de la educación en nuestro país se coloque en la mesa de debate público, apelando a todos sus protagonistas; bueno es también que un trabajo documental mexicano convoque a tantos a las salas de cine. Punto.

Lo malo, es que el debate se genere a partir de una serie de premisas que van del cliché al reduccionismo y de regreso. En una sociedad acostumbrada a opinar de todo como si se fuera poseedor de la verdad, esto es delicado. Nos encanta jugar al experto: lo hacemos casi todos sobre el futbol cuando juega el equipo nacional o hablando de cina cuando se entregan premios de gran renombre: somos expertos en hacernos pasar por expertos. Ya escucho a tantos defendiendo (o denostando) las afirmaciones de Loret en la cinta, cual doctos en la materia que simplemente repiten y reformulan lo que oyeron, agregando una pizca de anécdotas personales que supuestamente deberían servirnos al resto para convencernos de lo que sea.

Lo peor está por venir: que nos quedemos con la convicción de haber comprendido la complejidad del problema educativo en México y no alcancemos a ver lo que mueve a un documental de esta naturaleza. Porque aunque lo narra Loret y lo fotografía (en lo fundamental) Rulfo, en realidad transmite un mensaje de Mexicanos Primero, una asociación cuyo interés en la educación va más allá de promover la deliberación sobre el particular. Sigue el dinero, reza un conocido adagio al que solemos hacer poco caso cuando nos ciega la irracionalidad emotivista.

He prometido mis argumentos para después. Lo reitero. Agrego por lo pronto algunas conclusiones particulares en relación con lo que he escuchado y leído en medios sobre De Panzazo.

Dice Loret de Mola que entregando cámaras a un grupo de adolescentes, los realizadores consiguen mostrar la escuela “tal cual es”; afirma insistentemente en entrevistas que la cinta muestra el punto de vista de los estudiantes. Sí, pero a medias. En el fondo, difiero ampliamente. De panzazo muestra un punto de vista particular, legítimo sin duda. No sé si sea el punto de vista del cineasta o del reportero, pero sin duda es el de la asociación que produce la película. Defender una supuesta “objetividad” en la narrativa solo porque los chicos hicieron un buen trabajo de levantamiento de material me parece insostenible.

Dicen representantes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (y muchos maestros con ellos), que la película denigra al maestro, que acaba con la poca reputación que le queda. Difiero. Creo que la cinta muestra evidencias de lo que todos sabemos acerca de algunos malos maestros, pero en general no encuentro una intención de descalificar al gremio. Encuentro, eso sí, una intención muy clara de descalificar al Sindicato como estructura y a su lideresa con especial énfasis.

(Creo, también, que el tema del docente es tratado con ambigüedad y merece mucha más atención. Será en este tema en el que centraré buena parte de un segundo comentario sobre el tema en el transcurso de la semana.)

De Panzazo pasa, pero en mi perspectiva no alcanza una buena nota. Pasa de panzazo particularmente porque, en la tradición de nuestro paupérrimo periodismo inmediatista y orientado a los efectos, muestra todo por encimita, evidenciando incluso las carencias de nuestro aparato crítico para la deliberación democrática. Lejos de lo que muchos esperaríamos de un buen trabajo documental de estas características, la película de Mexicanos Primero se orienta a abarcar mucho profundizando poco. Signo de nuestros tiempos, me queda claro. El problema es que al soltar cifras descontextualizadas, distribuir testimonios en una estructura narrativa efectista y enfatizando declaraciones atractivas desde el punto de vista meramente mediático, deja escapar una oportunidad dorada para ayudarnos a reflexionar sobre un tema que ciertamente nos convoca a todos.

En este sentido, el defecto más grande de la película tiene nombre y apellido: Carlos Loret de Mola. Si me permitieran realizar un corte a la cinta a partir del material proyectado en las salas, dos momentos desaparecerían de inmediato. Uno, una insoportable secuencia de tomas en las que Loret juega a lucirse en las cámaras como un periodista que quiere entrar a oficinas gubernamentales a conseguir “un datito”. ¿Así consigue sus entrevistas? ¿El legítimo jugar así cuando estás presentando un trabajo que supuestamente documenta la realidad? Creo que el público no merece ese trato. El segundo momento que borraría es el audio con la voz del periodista que abre la película, afirmando que lo que veremos es “muy duro” y que “ha permanecido escondido por años”, porque existe “gente muy poderosa” que “no ha querido que se sepa”. Y remata: “se va a saber”. Esperé 80 minutos ver eso que ha estado escondido y nunca apareció. Vi, eso sí, una serie de lugares comunes que muchos llevamos años analizando, estudiando y tratando de cambiar. Y nada más. 

Supongo que no llegamos al fondo porque mucha de esa gente poderosa tiene intereses en la película. Es más, me atrevo a afirmar que detrás de esta película hay gente muy poderosa con un interés que hasta ahora permanece escondido. Pero no tarda en aparecer.

Con todo, creo que es bueno ver De Panzazo. No para creer que con eso ya comprendimos el problema de la educación en este País, sino para jugar con ella como punto de partida para pensar el tema en serio y actuar de consecuencia.